La libertad no consiste en abrazar la doctrina adecuada sino en desasirse de todas ellas

martes, 15 de agosto de 2017



LA NOCIVA BÚSQUEDA DE LA FELICIDAD


¿Felicidad? Felicidad es darle la vuelta a la almohada
y seguir durmiendo (meme anónimo)

El regalo de la felicidad le pertenece
a quienes lo sacan de su envoltorio (meme anónimo)


Existen, como es obvio, diversidad de caracteres y de personalidades aunque hay algo que define al sujeto contemporáneo  y que conlleva consecuencias altamente negativas: nos hemos vuelto especialistas en el arte de la fuga.

Pero ¿de qué queremos fugarnos?, nos preguntaremos. Sería más breve señalar de qué no pues el miedo adopta diversas formas y es hábilmente inducido desde las instancias de poder.

Viene siendo lugar común aducir que nuestra sociedad no nos gusta,  que habitamos un mundo en el que las condiciones de vida son cada vez más difíciles.

Al individuo, sin embargo, le corresponde una parte no menor de responsabilidad en lo que la sociedad es. Para afrontarla es preciso no ceder de continuo ante el escapismo que nos proporcionan el consumo y las nuevas tecnologías.

Fundamentalmente rehuimos afrontar el dolor, ese dolor que el poeta definió como el mayor de todos: el de sabernos vivos, la pesadumbre de la vida consciente.

No querer afrontarlo nos despoja de lo que contribuyó a hacernos prosperar como especie, la capacidad para sobreponerse a los infortunios.  Como consecuencia de esta pérdida parece advertirse una decadencia ¿Hemos sido en alguna etapa de la historia psíquicamente tan vulnerables como ahora? ¿Por qué se producen hoy tantas quiebras anímicas y con tan fatales consecuencias?

Los trastornos psicológicos aumentan, nos dicen los expertos que se dedican a definirlos y clasificarlos. Podremos desestimar tales opiniones pero no podemos obviar lo que padecemos en primera persona: cada día nos sentimos más impotentes y más inermes ante las adversidades. A todos los miedos añadimos el temor mayor:  el de enfrentarnos a lo que de intrínsecamente doloroso tiene el vivir.

Esa negación del dolor se convierte en la búsqueda desaforada de la felicidad. El mercado de consumo encuentra en esa incesante búsqueda  un filón altamente rentable. La publicidad alienta, asimismo, como valor supremo, el disfrute y el goce, que puede ser adquirido en bienes o estilos de vida. La industria farmacéutica nos proporciona píldoras aturdidoras y la del entretenimiento diversión a toda máquina ya sea en juegos virtuales, películas o espectáculos de toda índole. De esta manera la evasión se nos hace asequible, está presente en todas partes y es fácil practicarla hasta hacernos expertos en ella.

Pero fugarse es optar por la inconsciencia. Negar la realidad no la cambia en absoluto, tan sólo la disfraza. Escapar consiste en aplazar la responsabilidad no en diluirla.

Perseguir la felicidad es una quimera, un vil engaño. La vida humana no sabe de absolutos. La alegría en ella es efímera y el dolor inevitable. No asumirlo no lo erradica y aún puede acrecentarlo.  Como niños aferrados a su juguete sólo deseamos que la parte lúdica de la existencia lo cope todo, nos enrabietamos como ellos incapaces de tolerar la frustración si la realidad decreta el fin del juego.

Cómo hemos consentido, cabe preguntarnos,  infantilizarnos hasta el punto de vivir una vida incompleta, de débiles mentales,  disminuidos en las capacidades que nos definen como humanos. Un somero atisbo a la historia nos dirá que en la adquisición de fortaleza, habilidades manuales, intelectivas y convivenciales es donde el sujeto humano se ha venido construyendo a sí mismo y no en el permanente e insustancial divertimento.

Como un célebre personaje de cuento de hadas nos hemos negado a crecer y ya sólo aspiramos a una felicidad de estupefaciente,  sea éste químico o ideológico, que abotarga y corroe lo que de cualitativo nos corresponde.




La  búsqueda de la felicidad fue introducida como derecho en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América en 1776. Debe al desarrollo de la industria y al ideal de progreso aportado por la ideología liberal   su implantación en el ideario social. Hoy parece indiscutible que tenemos derecho a buscarla. Un derecho es una prebenda que se nos otorga desde el poder, ese poder “magnánimo” nos instila el deseo de la felicidad desde las leyes y por los aparatos de adoctrinamiento y obtiene réditos de ello.

La nociva búsqueda de la felicidad está debilitando al sujeto humano pero además está devastando el planeta, pues se nos vende en objetos cuya producción requiere de la continua esquilmación de recursos y de la agresión constante a la naturaleza.

Se impone, pues, que despertemos del letargo y comencemos a asumir la realidad tal cual es. El trabajo asalariado nos mantiene en perpetua explotación, cuando no en condiciones de humillación y hostigamiento.  Ganarse el sustento se vuelve tarea cada vez más dificultosa por la precarización de los empleos. Los ideales de salud y belleza impuestos por la publicidad son deliberadamente falaces para así mantenernos en el perpetuo estrés del consumo, y por tanto inalcanzables,  esos “valores” e ideales además no han nacido de la propia reflexión sino que nos han sido inculcados.

Vivimos en aglomeraciones que son la adición de individuos atomizados y enfrentados. Las redes de apoyo, que hasta hace unas décadas tejían la convivencia, han desaparecido y en su lugar se ha instalado la desconfianza y la negación del otro.

Nos hallamos rodeados de tóxicos: en la alimentación, en el aire...y hasta nosotros mismos adoptamos o padecemos comportamientos lesivos.

La enfermedad, la decrepitud que sobreviene con la edad, la muerte de allegados o la propia son hechos consustanciales al ser humano y constituyen  el dolor esencial que queremos soslayar cuando nos situamos en la caza permanente de la felicidad por la diversión y el continuo entretenimiento. Esa adscripción sin pausa al arte de la fuga en la que nos hemos hecho expertos, lejos de erradicar el dolor nos debilita ante él y nos desarma, distraernos no lo hace desaparecer pues forma parte de lo que somos.

Una vez nos hemos cantado esas verdades que tanto nos incomodan, nos corresponde elegir si vamos a continuar viviendo en la ficción que nos construye la industria de la felicidad u optaremos por autoconstruirnos en una realidad plenamente asumida, pues distraernos no la cambia.

Las desdichas inherentes a nuestra condición no pueden ser cambiadas,  nos sabemos mortales y vulnerables a la enfermedad. Para cambiar las que sí podrían ser diferentes debemos  hacer acopio de valor, fortalecernos tanto en lo individual como en lo colectivo, restaurando la convivencia basada en valores de cooperación y fraternidad, generando ideales éticos y estéticos a la medida de lo humano y en la diversidad que lo caracteriza.

Sólo en el esfuerzo y la lucha constantes podremos liberarnos de la esclavitud del salariado, detener el ecocidio, construir una sociedad libre de explotación y que no esté regida por los intereses del lucro y la dominación. Pero esto no sucederá mientras dediquemos el tiempo  a perseguir irreales animalitos en las redes virtuales, nos emborrachemos por costumbre o convirtamos las series de televisión en el argumento estelar de nuestras vidas. Queda patente, pues, que la industria de la felicidad no sólo constituye un pingüe negocio para sus promotores sino que resulta el perfecto antídoto contra las rebeliones, un sedante magistral contra el ansia de libertad y emancipación que de darse en los individuos pondrían en guardia al statu quo dominante.


1 comentario:

  1. Así es. La felicidad depende de nosotros, no del exterior. Del exterior llega la alegría, que sin una base estable de nuestras emociones, cuando cesa el exterior nos hundimos en la tristeza.
    Como bien dices, el dolor y el sufrimiento son inevitables, aunque son parte necesaria. No hay felicidad sin sufrimiento, solo que la felicidad es el estado natural del ser y el sufrimiento el desequilibrio de éste.
    Y claro, tienes toda la razón, el desequilibrio es garantía de negocio.

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