La libertad no consiste en abrazar la doctrina adecuada sino en desasirse de todas ellas

miércoles, 23 de abril de 2014

Hombres


Dedicatoria 
A los hombres denostados, los sin poder, alienados por el trabajo, con empleos precarios, en la desesperanza del paro o en el desempeño de un autoempleo de sobreesfuerzo y subsistencia; a todos esos hombres numeorosos, anónimos, compañeros, hermanos, cómplices, vecinos, hombres cercanos, desapercibidos, a  esos hombres cotidianos.




J., inmigrante con dos hijos, acepta el trabajo de limpieza por horas que no puede atender su mujer. Es un joven risueño, rápido y concienzudo en el empleo del estropajo y el quitagrasas, ¿por diez euros la hora? no, doña, son nueve ahora, los sueldos bajaron usted sabe, dice, acabada la jornada entre productos de limpieza, sin dejar de sonreir. Por la mañana muy temprano no puede aceptar encargos sin antes haber llevado los niños al colegio, pero ya usted me llama por las tardes, para entonces los niños están ya en casa con mi esposa y yo puedo trabajar hasta la noche.


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En la puerta del conservatorio, un grupo de chavales se arremolina a la hora del mediodía. Algunos portan a modo de mochila o bandolera un instrumento de cuerda o viento. Son hombres jóvenes, recién emergidos de la adolescencia, que sueñan con convertirse en virtuosos del piano o el violín. A alguno se le oye afinar una portentosa voz de barítono en ciernes que extremece escuchar. Al poco van apareciendo por la tienda de comidas, con ese hambre furibunda de la extrema juventud, demandando hidratos en abundancia porque practican deporte o ballet. Universitarios que estudian para artistas, cuyo porvenir tal vez, como a tantos, les guarde una  errante diáspora.


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Mi madre, sabes, falleció hace poco -me dice un hombre que ronda la cuarentena- desde entonces mi padre, ya muy mayor, anda como desorientado y no parece asumirlo. He venido a informarme para traerle aquí a que compre comida y deje de estar en los bares.

Quien así hablaba pocos días después volvía acompañado por un septuagenario a quien se dirigía con desmañada ternura: papá, mira, esto es comida casera, hay muchas cosas, qué te gusta. El padre parece no participar del mundo que le rodea y quien a él se dirige me demanda auxilio con la mirada. Finalmente se produce entre ellos un pueril forcejeo por ver quién paga la cuenta, como si el uno quisiera agradecer sobre el otro el favor de la atención prestada. 

Es frecuente contemplar escenas de ternura entre un joven padre y su hijo en edad infantil, sin embargo las ocasiones de atención afectuosa de un hombre adulto con su padre anciano resulta un hecho menos habitual, quién sabe si por ese pudor tan acendradamente masculino de exhibir sentimientos que delaten vulnerabilidad.


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Desde la marquesina de la parada del autobús, el hombre objeto de la publicidad, anuncia ropa interior con el gesto ausente de los viejos maniquíes de escaparate de almacén en saldos. El cuerpo exhibe el trabajo de gimnasio y la dieta rigurosa, el rostro una perfección plástica de cirugía o fotoshop. Es una belleza triste, hueca, sin alma,  como de ojos de vidrio, es la belleza inane de un autómata. También a los hombres les ha alcanzado la voracidad depredadora de las industrias de la estética y la moda. Si un día, principiando el siglo veinte, en una operación publicitaria sin precedentes, a las mujeres se las persuadió de que fumar cigarrillos era sinónimo de libertad y emancipación, a los hombres hoy se les persuade de que deben depilar sus cuerpos, adquirir complementos, ropa u objetos que les borren los signos visibles de la masculinidad.  


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El cabello completamente cano no dulcifica el rostro impenetrable de quien, con voz rota, apenas es capaz de elegir, de entre una variedad de comidas en exposición, lo que comerá hoy. Finalmente señala una bandeja como al azar y cuando le inquiero si es esa la comida que debo servirle asiente con gesto desganado, se diría que asentiría igual si lo que le ofreciera fuera cicuta. La comida es sólo un trámite, uno más de los que han jalonado los días pasados, transcurridos entre pésames, hospital, ambulancia. No es difícil advertir el dolor de una pérdida irreparable en el rostro de quien la sufre, me pregunto a quién habrá perdido para siempre este hombre entrado en la cincuentena. 

En días sucesivos no será complicado deducir que se ha quedado solo: compra la ración justa para una persona, no se detiene en elegir qué puede resultarle más grato al paladar, agradece que le evite el dilema de tener que decidir y asiente apresuradamente cuando le ofrezco una sugerencia, como queriendo liquidar un enojoso asunto. En la rigidez del rictus se le dibuja el dolor sin paliativos. 

Al cabo de los días, las semanas, más bien,  irá esbozando un amago de sonrisa cortés que invariablemente deviene en mueca.

Son muchos los meses que han hecho falta para que la sonrisa de forzada cortesía ceda a la de agradecimiento por la resolución de ese inconveniente doméstico de tener que preparar comida para sí, como si no fuera bastante inconveniente, doloroso, muy doloroso, tener que comerla solo.


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Cada pocos días R. aparece tras el mostrador que oculta casi por entero su esmirriada figura, es joven, delgado, de muy corta estatura, con unos rasgos faciales casi infantiles, la voz muy queda de quien teme incordiar. Me llama por mi nombre, mientras me saluda voy a buscarle comida, ya no tenemos que entrar en detalles, el primer día, con gran pudor, la voz titubeante y dando grandes rodeos, vino a pedirme la comida sobrante, porque R. vive en la calle. 

Son muchas las familias que están quedándose sin hogar como consecuencia de la crisis económica, pero entre la población sin techo es considerablemente superior el número de hombres sin casa al de mujeres. A R. el transcurso del tiempo lo ha hecho más desconfiado, se le ha afilado el rostro, cierra los puños dentro de los bolsillos, se le está afinando el gesto de alerta como a un pequeño roedor.  En la última ocasión que le he visto exhibía heridas en la frente producto de una reyerta nocturna con unos tipos que le disputaban el sitio en los soportales donde pernocta junto a otros compañeros. 



 









jueves, 17 de abril de 2014

Veinte grafittis delebles y otros muros que hablan

Las paredes de las grandes ciudades sirvieron en décadas pretéritas de soporte a las protestas populares. Desde ellas se clamaba por la libertad, contra la injustica social, por la amnistía de presos de conciencia. Pero estas pintadas vindicantes, un día, imposible de precisar porque la memoria es esquiva, desaparecieron y desde aquel incierto momento en su lugar surgieron garabatos improvisados con spray que nada dicen y que nada pretenden decir, cuyo único fin, si alguno tuviera, es proporcionar tarea al estropajo y los disolventes que con denuedo emplean los asalariados de la limpieza. 




Ahora en las paredes de la ciudad nadie escribe frases legibles a mano alzada, tal vez por el exceso de rótulos profesionales que saturan la fatigada atención de los viandantes.

Sin embargo, las nuevas tecnologías de la información nos han proporcionado a los cada vez más numerosos usuarios de ellas, un muro particular en internet desde donde proclamar lo que se nos ocurra o desde donde rebotar una y mil veces las consignas de otros. Hecho éste último más frecuente que el de improvisar frases que no sean las triviales novedades domésticas de las que queremos ser protagonistas por partida doble una en la realidad "real" (admítase el pleonasmo) y otra en la realidad virtual. Siendo la virtual la que día a día conquista más terreno a la realidad sin adjetivos. 

Pero la virtualidad es delicuescente, una vez dicha una frase, una ocurrencia, es remplazada rápidamente por otra nueva en un incesante estallido de pompas de jabón. 

Los veinte (o los que sean) grafittis que he escrito hoy en mi muro quedarán en el purgatorio virtual, tampoco es cuestión de emplearse con la brocha sobre las paredes de los edificios y si bien no necesitarán aguarrás para pasar al olvido, tampoco añadirán trabajo de limpieza.

Pocas cosas hay hoy más subversivas que el pensamiento, pensar zafándose de las garras de la propaganda, por uno mismo, requiere voluntad, disciplina, constancia, se diría que de un esfuerzo sobrehumano, aunque nada nos hace más netamente humanos que pensar, aunque lo hayamos olvidado.(Hace 9 horas)
Amo la política y aborrezco a los políticos. No olvido que ni me representan los que ahora son ni me representarán los que mañana sean. Una ética como autoconstrucción del yo y una política como autoconstrucción del nosotros.(Hace 8 horas)
Quien dijo "ama y haz lo que quieras" fusionó en una escueta frase dos grandes atributos tan netamente humanos como el pensar, esto es la construcción del amor y de la libertad. El amor por la libertad y la libertad que se expresa en actos de amor. Pensar. Amar. Ser libres. Luchar, siempre luchar.(Hace 7 horas)
Pensar ¿pero quién piensa? Amar ¿pero quién ama? La libertad ¿pero quién de verdad la anhela? Luchar por la libertad supone la abolición de las tutelas. Amar requiere la supresión del interés particular. Pensar implica desbaratar el discurso dominante. Y no soy nada original en mis propuestas, se me puede tachar de anacrónica, al fin y al cabo sólo estoy desenterrando la voz de los ancestros. ¿Pero es que acaso alguien recuerda cuando éramos humanos?(Hace 6 horas)
He dicho que nadie escribe ya frases legibles en las paredes de la ciudad y  he sido parcialmente veraz, hay muros que hablan, muros de sólido ladrillo y no pantallas desde los que se proclama un anónimo amor o desde los que se alude al contingente lector, fechas de ignoto significado, nombres propios, jeroglíficos inextricables. Hace pocos días amaneció bajo mi ventana  una recomendación:






Cabe deducir del diminutivo un especial cariño hacia la aludida, tal vez persona de corta edad.  

Las palabras manuscritas son un gesto de afirmación, escribirlas sobre el cemento un acto de resistencia. Son tangibles la pintura, la recia pared donde adquieren un lugar entre lo cotidiano del mundo. Aspiran a la permanencia y suponen una, aunque tibia, no desdeñable rebelión contra las veleidades virtuales. Se podría decir  que persiguen una modesta transcendencia, abriendo un paréntesis entre el barullo de eso que en jerga tecnológica se denominan flujos de información y que en puridad no es más que el hostigamiento permanente de la libre conciencia.

Me pregunto si Albita necesita del consejo amigo para vivir la vida porque enredada en la virtualidad ya no sabe distinguir qué es qué o si la nueva adicción de los adolescentes por los juegos de ordenador la ha alcanzado de lleno. En cualquier caso alguien que bien la quiere le ha dejado una nota grafiada y visible, tal vez en mitad del transitado recorrido al colegio.

Todo pasa y nada queda en el galimatías de las redes virtuales, que no sociales, pues pocas cosas hay menos sociabilizantes que sentarse a solas durante horas frente a un teclado de ordenador a esquivar una vida por vivir. 

No se atisba una rebelión de paredes pintadas ya sea con antiguas consignas o con frases que superen la concisión de una oración simple. Hemos perdido, entre otras,  la costumbre de la caligrafía, y navegamos, seres errantes, por un ciberespacio enajenado esperando la hora de perecer ahogados en la viscosidad líquida de Bauman.