–¡Tenéis que leer más y pensar menos! – Dijo el maestro al auditorio de recién alfabetizados, que rompió en una ovación cerrada, llenos de júbilo porque al fin iban a encontrar recompensa al esfuerzo de aquellos meses. Y es que, hasta que no aprendieron a leer, no habían sido conscientes de lo difícil que era pensar.
Por ello estaban muy agradecidos al maestro y a la autoridad republicana, que lo había enviado a una población tan apartada a cumplir una misión pedagógica sin precedentes.
Por ello estaban muy agradecidos al maestro y a la autoridad republicana, que lo había enviado a una población tan apartada a cumplir una misión pedagógica sin precedentes.
Ahora ya, aquel puñado de adultos, podrían leer las órdenes gubernamentales y esa selección de libros que el maestro había traído consigo de la capital. Les había costado aprender a descifrar las letras pero, en adelante, se verían exonerados de tener que discurrir, que era un esfuerzo considerablemente mayor.
Para celebrar tan hermoso día dispusieron unas mesas con viandas y descorcharon unas botellas reservadas para las grandes ocasiones. Brindaron juntos y se felicitaron porque no había nada mejor, se decían entre ellos, que la placidez que presagiaba el progreso.
Para celebrar tan hermoso día dispusieron unas mesas con viandas y descorcharon unas botellas reservadas para las grandes ocasiones. Brindaron juntos y se felicitaron porque no había nada mejor, se decían entre ellos, que la placidez que presagiaba el progreso.
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