No sólo hay que recordar el Holocausto en sí, un horror inconmensurable, sino por qué fue posible, y esto último es lo más relevante, de nada sirve reiterar maquinalmente la liturgia de una fecha con gesto compungido si no se conocen la sucesión de hechos que condujeron a semejante industria de muerte y desolación. Hay que saber cómo no fue producto de tan sólo un considerable puñado de asesinos sino también de muchos burócratas eficientes, obedientes ciudadanos, exacerbados patriotas, arribistas de medio pelo y un largo etcétera hasta llegar a la complicidad que quizá más duela: la del silencio de los buenos.
Ya que es imposible dar marcha atrás en la historia, dado que sucedió y no hay remedio, que al menos extraigamos una lección imperecedera, aprendamos a no callar ante la injusticia, a desobedecer cuando las órdenes atenten contra nuestra conciencia y a no consentir, en definitiva, todo aquello que haga del mal una banalidad.
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