La libertad no consiste en abrazar la doctrina adecuada sino en desasirse de todas ellas

jueves, 31 de agosto de 2017

LA FE DE GÉNERO



Las ideologías, como sistema cerrado de creencias que son, ciegan. Por eso, quienes profesan la fe de la ideología de género, están impedidos para ver la realidad sobre el caso Juana Rivas. Si las mujeres son víctimas por el hecho de ser mujeres y los hombres victimarios igualmente por designio de su sexo, entonces no se podrá comprender que haya mujeres no víctimas ni que haya mujeres victimarias. Aunque haberlas haylas y no son casos excepcionales.

Cada vez a más mujeres el feminismo no nos representa. ¿cómo me va representar una ideología que niega mi completa humanidad? El ser humano puede optar desde su conciencia por ejercer el bien o el mal, y esta opción corresponde al individuo como tal, con su acervo, su biografía, su personalidad, su carácter.

Pero esta ideología niega la conciencia en el ser humano mujer ya que, al situarla en el permanente rol de víctima, le niega poder de decisión sobre sí misma. Y recuerda con ello, bastante, a aquellos prebostes de la iglesia que negaban que tuviera alma. No me extraña esta coincidencia, de hecho estamos refiriéndonos a dos doctrinas, dos fes, dos sistemas rígidos de creencias que a menudo son rivales en el ring de la sociedad pero que se rigen por esquemas idénticos. De un lado un obispo lanza una diatriba contra las feministas y sus fieles los aplauden acaloradamente, en respuesta el feminismo lanza una andanada  de bragas manchadas de sangre a la fachada del obispado y sus fieles se creen el colmo de lo subversivo. Pero no son tan distintas, no, incluso ambas fes sacan de procesión sus iconos más reverenciados, la una pasea torturados y escarnecidos, la otra, procesiona con tijeras, machetes, y hasta coños de silicona (también con pollas del mismo material y diversas proporciones en el día del orgullo gay). 



Ambas son espectáculos rivalizando en la era del espectáculo y no dejarían de ser hechos pintorescos si no fuera porque detrás de todo dogma de fe se esconde una inquisición que lo preserva a sangre y fuego, si no fuera porque esa inquisición necesita de chivos expiatorios y hasta de sacrificios humanos. 



Si las mujeres son siempre víctimas y los hombres siempre victimarios la cacería del hombre está justificada, así la ley de Linch es la ley supremacista del feminismo. Esa ley en el Estado Español se llama Ley de Violencia de Género, de un sólo género, el designado como violento, el hombre, el otro, la mujer, es siempre víctima ¿no recuerda esto demasiado a ese otro dogma de una “siempre” virgen maría? Seguro que si ahondamos hallamos más similitudes.

No, el feminismo no me representa, me declaro librepensadora, y estoy dispuesta a asumir que me lapidarán desde esa fe y desde la otra. Es el precio que tiene pensar, la fe –cualquiera de ellas– es infinitamente más cómoda, pero no se trata de optar por la comodidad sino por la libertad, me niego al victimismo, me quiero libre.




lunes, 21 de agosto de 2017

ESTRATEGIA DEL TERROR




No es paranoia, las conspiraciones existen, los Estados siempre se sirvieron de ellas. Llegamos a conocer algunas muchos años después (v.g.Operación Gladio). Las complejidades de la geoestrategia actual crea extrañas alianzas y engorda monstruos. El Isis (o Daesh, antes Alqaeda) fueron en origen guerrillas locales impulsadas luego por las potencias occidentales, con EEUU a la cabeza. Resultan útiles para lograr la estrategia del caos en países donde aún quedan recursos energéticos que expoliar. También resultan útiles para sembrar el miedo en occidente, con atentados que no requieren gran despliegue, ni siquiera armas, basta un vehículo, basta embestir a la multitud. Basta con repetir hasta el hartazgo en los medios que estamos en peligro.



Que el miedo es muy útil a quienes gobiernan tampoco es una novedad. Las razones de Estado lo promueven y se sirven convenientemente de él.



El terror en la población es fácil sembrarlo, como hemos visto. Además de los medios con su incesante  discurso, si las sospechas se ciernen sobre un colectivo llegado en los últimos  años a convivir entre nosotros, los musulmanes, de los que guardamos en el acerbo un antagonismo histórico, el cóctel de probables conflictos está servido.



No hace falta aclarar que no todos los musulmanes son partidarios del integrismo islámico, ni que todos ellos se dedican al terrorismo, porque con que pertenezcan a una cultura que nos es ajena es suficiente para insuflar las convenientes sospechas.






Las ideologías que nos dominan en esta parte del globo ya lograron hace tiempo que consideráramos a nuestro vecino –tan autóctono como nosotros– como potencial enemigo y competidor. Qué no lograrán que pensemos del recién llegado.



La propaganda del Sistema nos lanza mensajes contradictorios. Por un lado la hidra islamista acecha por todas partes, no sospeche sólo de su vecino, nos viene a decir, sospeche con más ahínco del moro, ya no tiene  usted que avergonzarse de ello porque esté mal visto señalarlos como competidores en el mercado laboral y en los servicios sociales, puede usted odiarle sin sentimientos de culpa dado que él puede ser un terrorista.



Por otro lado nos conmina, con los discursos paternalistas de las ongs, a repartir con ellos nuestro pan de los pobres. E incluso a considerarlos mejores que nosotros, tanto que nos odiamos, ya no alcanzamos a encontrar nada aceptable en nosotros mismos.



Se avecinan tiempos conflictivos. A la escasez de recursos se sumarán tensiones inducidas en la población. Qué hacer. No es aceptable organizar cuadrillas hitlerianas de matones para administrar somantas, ni tampoco es conveniente pecar de ingenuos, si los autóctonos somos adoctrinados desde la cuna en una historia de vencedores permanentes donde los derechos caen siempre de nuestro lado, también los musulmanes han sido aleccionados, los unos y los otros seguimos siendo carne de cañón y de negocio para las élites. Con toda probabilidad nos dejaremos conducir cada quien por nuestros amos, eso sí a cada cual nos harán creer que salvamos una civilización.

martes, 15 de agosto de 2017



LA NOCIVA BÚSQUEDA DE LA FELICIDAD


¿Felicidad? Felicidad es darle la vuelta a la almohada
y seguir durmiendo (meme anónimo)

El regalo de la felicidad le pertenece
a quienes lo sacan de su envoltorio (meme anónimo)


Existen, como es obvio, diversidad de caracteres y de personalidades aunque hay algo que define al sujeto contemporáneo  y que conlleva consecuencias altamente negativas: nos hemos vuelto especialistas en el arte de la fuga.

Pero ¿de qué queremos fugarnos?, nos preguntaremos. Sería más breve señalar de qué no pues el miedo adopta diversas formas y es hábilmente inducido desde las instancias de poder.

Viene siendo lugar común aducir que nuestra sociedad no nos gusta,  que habitamos un mundo en el que las condiciones de vida son cada vez más difíciles.

Al individuo, sin embargo, le corresponde una parte no menor de responsabilidad en lo que la sociedad es. Para afrontarla es preciso no ceder de continuo ante el escapismo que nos proporcionan el consumo y las nuevas tecnologías.

Fundamentalmente rehuimos afrontar el dolor, ese dolor que el poeta definió como el mayor de todos: el de sabernos vivos, la pesadumbre de la vida consciente.

No querer afrontarlo nos despoja de lo que contribuyó a hacernos prosperar como especie, la capacidad para sobreponerse a los infortunios.  Como consecuencia de esta pérdida parece advertirse una decadencia ¿Hemos sido en alguna etapa de la historia psíquicamente tan vulnerables como ahora? ¿Por qué se producen hoy tantas quiebras anímicas y con tan fatales consecuencias?

Los trastornos psicológicos aumentan, nos dicen los expertos que se dedican a definirlos y clasificarlos. Podremos desestimar tales opiniones pero no podemos obviar lo que padecemos en primera persona: cada día nos sentimos más impotentes y más inermes ante las adversidades. A todos los miedos añadimos el temor mayor:  el de enfrentarnos a lo que de intrínsecamente doloroso tiene el vivir.

Esa negación del dolor se convierte en la búsqueda desaforada de la felicidad. El mercado de consumo encuentra en esa incesante búsqueda  un filón altamente rentable. La publicidad alienta, asimismo, como valor supremo, el disfrute y el goce, que puede ser adquirido en bienes o estilos de vida. La industria farmacéutica nos proporciona píldoras aturdidoras y la del entretenimiento diversión a toda máquina ya sea en juegos virtuales, películas o espectáculos de toda índole. De esta manera la evasión se nos hace asequible, está presente en todas partes y es fácil practicarla hasta hacernos expertos en ella.

Pero fugarse es optar por la inconsciencia. Negar la realidad no la cambia en absoluto, tan sólo la disfraza. Escapar consiste en aplazar la responsabilidad no en diluirla.

Perseguir la felicidad es una quimera, un vil engaño. La vida humana no sabe de absolutos. La alegría en ella es efímera y el dolor inevitable. No asumirlo no lo erradica y aún puede acrecentarlo.  Como niños aferrados a su juguete sólo deseamos que la parte lúdica de la existencia lo cope todo, nos enrabietamos como ellos incapaces de tolerar la frustración si la realidad decreta el fin del juego.

Cómo hemos consentido, cabe preguntarnos,  infantilizarnos hasta el punto de vivir una vida incompleta, de débiles mentales,  disminuidos en las capacidades que nos definen como humanos. Un somero atisbo a la historia nos dirá que en la adquisición de fortaleza, habilidades manuales, intelectivas y convivenciales es donde el sujeto humano se ha venido construyendo a sí mismo y no en el permanente e insustancial divertimento.

Como un célebre personaje de cuento de hadas nos hemos negado a crecer y ya sólo aspiramos a una felicidad de estupefaciente,  sea éste químico o ideológico, que abotarga y corroe lo que de cualitativo nos corresponde.




La  búsqueda de la felicidad fue introducida como derecho en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América en 1776. Debe al desarrollo de la industria y al ideal de progreso aportado por la ideología liberal   su implantación en el ideario social. Hoy parece indiscutible que tenemos derecho a buscarla. Un derecho es una prebenda que se nos otorga desde el poder, ese poder “magnánimo” nos instila el deseo de la felicidad desde las leyes y por los aparatos de adoctrinamiento y obtiene réditos de ello.

La nociva búsqueda de la felicidad está debilitando al sujeto humano pero además está devastando el planeta, pues se nos vende en objetos cuya producción requiere de la continua esquilmación de recursos y de la agresión constante a la naturaleza.

Se impone, pues, que despertemos del letargo y comencemos a asumir la realidad tal cual es. El trabajo asalariado nos mantiene en perpetua explotación, cuando no en condiciones de humillación y hostigamiento.  Ganarse el sustento se vuelve tarea cada vez más dificultosa por la precarización de los empleos. Los ideales de salud y belleza impuestos por la publicidad son deliberadamente falaces para así mantenernos en el perpetuo estrés del consumo, y por tanto inalcanzables,  esos “valores” e ideales además no han nacido de la propia reflexión sino que nos han sido inculcados.

Vivimos en aglomeraciones que son la adición de individuos atomizados y enfrentados. Las redes de apoyo, que hasta hace unas décadas tejían la convivencia, han desaparecido y en su lugar se ha instalado la desconfianza y la negación del otro.

Nos hallamos rodeados de tóxicos: en la alimentación, en el aire...y hasta nosotros mismos adoptamos o padecemos comportamientos lesivos.

La enfermedad, la decrepitud que sobreviene con la edad, la muerte de allegados o la propia son hechos consustanciales al ser humano y constituyen  el dolor esencial que queremos soslayar cuando nos situamos en la caza permanente de la felicidad por la diversión y el continuo entretenimiento. Esa adscripción sin pausa al arte de la fuga en la que nos hemos hecho expertos, lejos de erradicar el dolor nos debilita ante él y nos desarma, distraernos no lo hace desaparecer pues forma parte de lo que somos.

Una vez nos hemos cantado esas verdades que tanto nos incomodan, nos corresponde elegir si vamos a continuar viviendo en la ficción que nos construye la industria de la felicidad u optaremos por autoconstruirnos en una realidad plenamente asumida, pues distraernos no la cambia.

Las desdichas inherentes a nuestra condición no pueden ser cambiadas,  nos sabemos mortales y vulnerables a la enfermedad. Para cambiar las que sí podrían ser diferentes debemos  hacer acopio de valor, fortalecernos tanto en lo individual como en lo colectivo, restaurando la convivencia basada en valores de cooperación y fraternidad, generando ideales éticos y estéticos a la medida de lo humano y en la diversidad que lo caracteriza.

Sólo en el esfuerzo y la lucha constantes podremos liberarnos de la esclavitud del salariado, detener el ecocidio, construir una sociedad libre de explotación y que no esté regida por los intereses del lucro y la dominación. Pero esto no sucederá mientras dediquemos el tiempo  a perseguir irreales animalitos en las redes virtuales, nos emborrachemos por costumbre o convirtamos las series de televisión en el argumento estelar de nuestras vidas. Queda patente, pues, que la industria de la felicidad no sólo constituye un pingüe negocio para sus promotores sino que resulta el perfecto antídoto contra las rebeliones, un sedante magistral contra el ansia de libertad y emancipación que de darse en los individuos pondrían en guardia al statu quo dominante.


EL REACCIONARIO O REACCIONARIA



Hay una especie de individuos (no importa el sexo al que pertenezcan) que se caracterizan por ser poco reflexivos, se guían por la fuerza motriz de sus vísceras, abrazan doctrinas y dogmas, slogans y consignas, sin cuestionarlas lo más mínimo. Reflexionar les da pereza, prefieren no ejercitar el músculo cerebral. Así que optan por adherirse al pensamiento dominante, por aquello de que con cuantos  más coincidan menos se verán en la situación de tener que confrontar, es decir más cómodos vivirán, pues se nada mejor con la corriente a favor.

A esta especie pertenece el reaccionario (o reaccionaria) que, perezoso mental, no se conforma con desistir de reflexionar sino que quiere imponer a los otros, con los que no coinciden, su pensamiento prestado. Para ello recurren a su visceralidad, de ahí proviene su calificativo: reaccionan no responden. Una reacción no requiere más que dejarse llevar por el impulso, y bien que lo hacen.

Para acallar las voces discordantes no dudan en censurar de mil maneras, desde un baneo hasta un mamporro, todo vale. Los insultos y descalificaciones son su costumbre, no pueden admitir que, dado que él no reflexiona, haya quienes sí lo hagan y que por ello puedan no coincidir con sus férreas aseveraciones.

Así como hay reaccionarios de ambos sexos los hay de toda ideología. El nivel de estudios o la clase social tampoco eximen del reaccionarismo, que, en una sociedad dominada por los impactos mediáticos, crece exponencialmente. ¡Menos mal que a esta sociedad nuestra la han denominado “del conocimiento”, no quiero ni pensar cómo sería si la hubieran llamado de la desconciencia!


domingo, 13 de agosto de 2017

MUJERES Y HOMBRES Y CONTROVERSIA



Las leyes que hacen concesiones a uno de los sexos en detrimento del otro son leyes profundamente injustas ¿O es que acaso no pensábamos que lo eran décadas atrás, cuando las mujeres estaban supeditadas al padre o al marido? Entonces el feminismo luchaba por unas leyes de igualdad pero hoy el feminismo le ha dado vuelta a la tortilla y ha logrado leyes que benefician a las mujeres en detrimento de los hombres. Si la balanza se inclina a un lado deja al otro en el agravio y de éste a la indignación hay un paso. Por eso que no me cuenten que estas leyes vienen a resarcir las opresiones pasadas, porque lo que es claro es que están destinadas a establecer otras nuevas.

¿Pero quién hace las leyes? Ni las de antes ni las de ahora las hacemos la gente común, nos vienen dadas. Según nos cuentan las hacen por «nuestro bien», y hasta consiguen convencernos, medios tienen para ello. Pero yo miro a mi alrededor y veo una sociedad crispada, dividida y enfrentada, en una guerra de sexos sin cuartel. Me paro ante semejante espectáculo y me pregunto ¿A quién beneficia esta guerra? Y no tengo otra respuesta que la consecuente: a quienes la promueven.

Porque está siendo promovida. En primer lugar desde el Estado (y sus múltiples ramificaciones) mediante leyes de desigualdad, financiación generosa de adoctrinamiento, sea en forma de publicidad, espacio en medios, planes de estudio en universidades, aleccionamiento de toda índole…






LA LIBERTAD DE LAS MUJERES



El tiempo de los corsés caducaron, se nos dice, pero hay hormas dispuestas por todas partes como trampas al acecho. El mercado de consumo impone las suyas a través de la publicidad, las leyes que dicta el Estado nos condicionan las vidas, el uno y el otro, juntos y aliados, nos amordazan con su implacable  camisa de fuerza. No somos libres ni en el reducido ámbito de lo personal, pues hasta en la intimidad se nos dicta lo que tenemos que hacer, y hasta qué es lo que tenemos que pensar.


Se nos vendió como libertad que produjéramos para el Capital, se nos vendió como emancipación que el Estado se encargara de nuestros hijos, de nuestros padres y abuelos, porque, así, finalmente, alcanzaríamos la igualdad con los hombres.


Y ese día histórico llegó: alcanzamos ser explotadas como mano de obra para la producción. Como ellos, nuestros compañeros, nos sometimos a un salario, a un trabajo duro y alienante, a jornadas extenuantes, sin tiempo para la convivencia, sin ánimo para los afectos, sin aliento para los cuidados. Y nosotras, desde entonces, ya no somos las mismas. Nuestras familias se quebraron, nuestros hogares se anegaron de incomprensiones mutuas. No encontrábamos explicación a tamaña infelicidad, si el trabajo asalariado nos iba a hacer libres e iguales por qué no nos sentíamos bien, por qué el paraíso estaba  siempre en otra  parte.








El Mercado, nuestro patrón, propuso sus «soluciones», después de la dura jornada laboral –de la que no nos eximieron– nos ofrecía el tentador escaparate del consumo: máquinas para el hogar, maquillaje para disimular las ojeras, ropas para disfrazarnos de burguesas, comprimidos y grajeas para el dolor existencial. Así como una variada gama de artefactos y simulacros de una dicha impostada también para los nuestros. El lujo y la alta velocidad de los coches que se compraban a plazos, la falacia de la casa en propiedad, que no era sino endeudamiento. Pero atrapadas, junto a los nuestros,  en esa rueda, no había marcha atrás.



El Estado también aportó sus imprescindibles  «soluciones», porque sin él la rueda de la producción no estaría debidamente engrasada. Nos contó que no éramos sino unas ingenuas y que necesitábamos de su guía y protección. Nos dijo que los responsables de nuestras desdichas eran nuestros maridos y compañeros, porque desde siempre habían sido brutos y mezquinos y que haríamos bien en darles unas lecciones, que él, el Estado, nos ayudaría a ponerlos en su lugar. Así fué como, con la colaboración de muchas mujeres,  bastantes de ellas emparentadas con el patrón, nos convencieron de que debíamos enfrentarnos a esos tiranos que compartían nuestro lecho, nuestros desvelos y nuestro cansancio. Si eran los padres de nuestros hijos no importaba, las necesarias e imprescindibles éramos nosotras, porque éramos más listas y por eso ellos nos tenían ojeriza desde siempre, lo que pasa que nosotras no nos habíamos dado cuenta, pero ahora que ya estábamos debidamente informadas debíamos estar alertas para que ellos se comportaran como tenían que comportarse. También nos dijeron cómo era el comportamiento que ellos tenían que tener, y que si no lo cumplían nos ayudarían a encauzarlos.



Promulgaron leyes, nos sobornaron con prebendas, comprábamos aún más pero el caso es que nuestros hogares estaban cada vez  más deshechos. Después de la jornada laboral había poco tiempo, y ese escaso tiempo era empleado en dirimir conflictos.



Los hijos eran una sobrecarga, nos dijeron, (la maquinaria de la producción no podía parar), se cerraron guarderías y se abrieron centros de planificación familiar, donde podías conseguir anticonceptivos o abortar.  Al patrón no le gustaban los embarazos y por conservar nuestro puesto laboral debíamos convencernos de que lo prioritario era obtener un sueldo con que sufragar las deudas. Así que nos convencieron para que  tuviéramos tan sólo uno o no los tuviéramos en absoluto.



De ese modo los niños, nuestros hijos (con frecuencia hijo único) se convirtieron en algo parecido a un objeto de lujo que los adultos podíamos emplear para justificaciones variadas. A menudo eran testigos de las disputas entre sus padres, tan empeñados que andábamos en nuestras querellas y rencillas. En caso de divorcio, desenlace frecuente, solían quedar con nosotras, porque una madre es siempre imprescindible, no así el padre, que como parte integrante de un género siempre sospechoso de causar agravios ancestrales, había que tratar con recelos.



En los últimos años todo no ha hecho sino empeorar. Las brechas se han agrandado y aunque aún nos siguen ofertando «soluciones» y prebendas, las explicaciones que nos ofrecen son cada vez más rebuscadas, quizá porque se las inventan, o tal vez porque siempre se las inventaron.



La desdicha no sólo no se ha atenuado sino que aumenta y está alcanzando un grado tal de enrarecimiento que la violencia, soterrada o explícita, cada vez es menos excepcional y más discrecional. Lo que viene a justificar el aumento de leyes y de policía.



Así que algunas de nosotras, muy pocas, (porque tantas aún siguen convencidas de que el Estado y el Mercado las protegen y las quieren), estamos sin saber qué hacer pero conscientes de que lo hecho no es un camino que lleve a buen puerto. Desconfiamos de todos los discursos, porque creerlos nos ha llevado hasta aquí.  Los discursos nos han sido inculcados. Estamos siendo tuteladas.  Algunas leyes nos favorecen pero  en detrimento de los no favorecidos, y esos desfavorecidos no sólo son nuestros ex maridos y padres de nuestros hijos sino que son nuestros hermanos, compañeros, amigos, hijos o nietos, y no queremos unos favores que a ellos les generan menoscabo. Ni el Estado ni el Mercado saben qué es el  afecto pero ni nosotras ni nuestros hombres podemos vivir sin él.



Ha llegado el momento de buscar la libertad, despojarnos de las tutelas envenenadas, los discursos inventados para el engaño, inculcados con engaño. Ha llegado el momento de rechazar los sobornos, no necesitamos de la protección de los poderosos, esa protección es dominación, nos empuja a enfrentarnos con los nuestros, a los que un día quisimos y nos quisieron, a los que queremos querer y que nos quieran.



Esa libertad nuestra, de las mujeres, por nosotras y desde nosotras, sin intermediaciones ni portavocías, nos la ganaremos a pulso, porque somos seres humanos completos, porque estamos hechas para el amor, porque sabemos pensar, porque sabemos esforzarnos, porque sabemos construir mundos con nuestras manos y sabemos traer vida a este mundo.



Esa misma libertad, ni más ni menos, es la que ellos, nuestros hombres, también ganarán, porque también ellos son seres humanos completos, por que también ellos crean este mundo con sus manos, porque sin ellos no traeríamos vida a este mundo.



Tendremos, hombres y mujeres, la dicha de crecer en lo humano, llegará el día que juntos, tan juntos y tan revueltos como marca nuestra especie, alcancemos la alegría de reencontrarnos para no volvernos a perder.  










 






MUJERES QUE AMAN A LOS HOMBRES



Mujeres como nosotras, sin jefaturas, ni ministerios, sin secretarías ni cátedras (aunque desde ellos usurpen nuestro nombre para ejercer el poder, la coerción, la censura) nos declaramos en abierta rebeldía. ¿Quién les dijo que podían hablar en nuestro nombre?



Tenemos voz  propia y decidimos no alimentar trincheras en esa guerra de sexos que no es nuestra guerra ¿Quién la declaró? ¿Quién señaló a nuestros maridos, a nuestros hermanos,  a nuestros hijos, como enemigos a abatir? No fuimos nosotras, no. Esa guerra no es nuestra, ni lo será, no lograrán que lo sea por más argucias que empleen.



Los despachos del poder están nutridos de seres hueros, de almas negras, con sus repletas agendas  de planificadas destrucciones, ellos sí, declaran las guerras. Hay mujeres que no aman, es una triste realidad, no se aman a sí mismas y no pueden amar tampoco, se convierten de ese modo en cómplices, en cooperantes necesarias. A quienes están imposibilitados para el amor no los mueve el odio, como dicen,  sino el deseo de dominación.



Pero no los doblegarán, ni a ellos, nuestros hombres, ni a nosotras. Nos declaramos en abierta insumisión frente a la maquinaria arrolladora del reclutamiento. No conseguirán que pongamos  balas donde ayer se posaron nuestros besos. Donde aún hoy deseamos con ternura, con ardor, que esos besos abran un camino en el fuego cruzado.







No parimos hijos varones para ser objeto de escarnio ni somos mujeres guiadas por el resentimiento, nos mueve la dignidad en nuestras vidas, no necesitamos pases de favor en ninguna carrera, nos valemos por nosotras mismas. ¡Cómanse las tutelas! Las leyes «de paridad», las listas «cremallera», las desiguales condenas ante unos mismos delitos, los subsidios por denuncias, la prevalencia de palabra para mujer y la obligatoria demostración de inocencia para hombre. ¡Cómanselas todas juntas! ¡No las queremos! ¡Nunca las pedimos!


Mujeres como nosotras no necesitamos tutelas, somos adultas, somos autónomas, confiamos en nosotras mismas, no necesitamos arrebatarles la luz a nadie para brillar. Miserables sois quienes trepáis al poder sembrando cadáveres. ¡Maldecimos vuestra espesa sombra que no brilla con mil soles de inocentes! Algún día caerán sobre vuestras cabezas descoronadas las injusticias que habéis perpetrado.



Ese día llegará traído por nuestras dignas manos encallecidas por el trabajo, en un lecho de frescos lienzos gozaremos con nuestros hombres y en ellos pariremos hijos e hijas libres e iguales.


















NUESTROS HOMBRES



Ellos, como nosotras, las mujeres que los amamos, tampoco tienen poder, tienen, como nosotras, sus brazos y su inteligencia. Cada uno es un ser único, como cada una de nosotras somos seres únicos. Eso sí, tenemos mucho en común, somos seres humanos abriéndonos paso en la vida por nuestros propios medios, no somos privilegiados, porque no tenemos poder, el poder nos viene dado desde afuera y siempre antepone obstáculos a nuestras vidas.



Los amamos, ya lo hemos dicho, también ellos nos aman, forman parte de nuestras familias, son nuestros amigos, los cercanos, aunque sabemos que más allá de nuestro horizonte de convivencia hay muchos humanos como nosotros.



Nuestras vidas no están exentas de conflictos: los que nos vienen impuestos desde el poder y también los cotidianos. Tratamos de afrontarlos, con diferentes resultados: a veces resolvemos, otras nos encallamos.



Las relaciones eróticas entre nosotras y nuestros hombres nunca han sido un remanso de paz, si bien tanto mujeres como hombres somos seres humanos completos, el impulso libidinal  y las diferencias que la biología marca entre nosotros propician que nos necesitemos mutuamente y al mismo tiempo no siempre seamos capaces de comprendernos. Esto es así desde siempre. Ocurre que hay circunstancias que agravan esa incomprensión. Si éstas provienen de la cotidianeidad (las que siempre han existido) las hemos afrontado desde ese ámbito cotidiano. Pero a veces las que nos vienen impuestas desde el poder establecido nos interfieren sobremanera.



Estamos en un momento de especial interferencia del poder establecido en nuestras vidas cotidianas. Las leyes nunca son inocuas, hubo un tiempo en que se legisló  supetiditando la mujer al varón (padre o marido) ahora sin embargo se legisla favoreciendo a la mujer. Ni nosotras ni nuestros hombres hicimos aquellas leyes ni tampoco hacemos éstas. Nos las imponen. Muchos son los métodos que el poder emplea, la coerción es el más visible, pero es utilizada en última instancia, antes es utilizado el método de la propaganda, el que se basa en imponer un pensamiento dirigido que favorezca los intereses de quienes hacen las leyes. La propaganda es tan omnipresente que nos confunde al punto de no saber qué pensamos realmente.



Nosotras y nuestros hombres hemos optado por no dejarnos influenciar  por los que no conviven con nosotros, tenemos razones fundadas para sospechar que no desean nuestro bien sino que intentan servirse de nosotros para satisfacer sus intereses espurios.



El poder que nos domina tiene la propaganda y la coerción, nosotras y nuestros hombres tenemos algo, sin embargo, que el sistema de dominación nunca tendrá: el amor. Quiere desbaratarlo pero no lo vamos a consentir.



El amor es amor a los nuestros en diferentes formas. El amor erótico es un amor crucial porque de él depende la descendencia. Los vínculos que se establecen en una relación erótica son muy poderosos, intervienen múltiples factores, biológicos, sentimentales, espirituales, de lo que resulta una unión sólida. Nos da fuerzas para vivir, para enfrentar adversidades. Si, además, se ve reforzado por la descendencia, el núcleo de confianza y mutualidad se amplía.






Desconfiamos de la propaganda, sabemos quiénes son sus dueños. Por eso optamos por escucharnos entre nosotros, para entendernos enmedio de esta guerra que nos han declarado.



Nosotras escuchamos con atención lo que nuestros hombres tengan que decir porque es más crucial que nunca que haya compresión entre nosotros. Ellos se sienten heridos, la propaganda dice cosas terribles como que son violadores y maltratadores y hay quienes la creen, muchos y muchas la creen. Nosotras sabemos que mienten, que sacan de quicio lo excepcional y lo hacen pasar por habitual. A nuestros hombres no los definen los casos excepcionales sino lo que sabemos que son. Hombres que aman, que desean, que quieren a sus hijos, nuestros hijos. Que siempre se afanaron por dar a los suyos lo mejor, que para ello se esforzaron y hasta se sacrificaron, igual que nosotras.



Sabemos que aman porque nos hemos sentido amadas por ellos, hemos sido testigo y también cómplices con ellos en procurar lo mejor para nuestros hijos. Así que no creemos los cuentos que nos repiten día y noche sin cesar. Porque lo que dicen desde esos púlpitos del poder, sobornados por el poder, son falacias cargadas de veneno con las que nos quieren destruir a ellos y a nosotras, porque si a ellos los atacan nosotras nos sentimos atacadas.



Los acusan falsamente de maltratadores para que les tengamos miedo, nos dan sus leyes tramposas para que los denunciemos,  es una guerra que nos han declarado. Nosotras no nos alistamos en esa guerra, no es nuestra guerra, lo nuestro fue y seguirá siendo el amor.



Los acusan de violadores y llegan al extremo de decir que toda penetración es una violación. Con este axioma pretenden que todos sin excepción entren en el rango de la acusación. Nosotras sabemos que la excepción es la violación y que toda penetración de los hombres que amamos es un goce y es un regocijo y que además nos une a ellos en lo  íntimo y lo trascendental.





Esta guerra que nos han declarado, la ganaremos con amor en el más amplio sentido del término, el amor empieza por la escucha del otro, por eso escuchamos a nuestros hombres y apagamos la propaganda. La ganaremos también contraviniendo a la propaganda: si nos quieren alejar de nuestros hombres nos acercaremos a ellos. Si nos quieren restringir o anular la libinidad liberaremos el Eros, así, anudados en el lecho, desatados en el placer, nuestro grito de goce será un grito que convoque la libertad.