La libertad no consiste en abrazar la doctrina adecuada sino en desasirse de todas ellas

lunes, 2 de diciembre de 2019

LAS REDES NO SON PAIS PARA EQUIDISTANTES





En una sociedad polarizada como la nuestra a quien intente escapar de alguna trinchera le lloverán los tiros desde ambas. Así esbozada, esta afirmación parece una hipérbole y probablemente lo sea. Al fin y al cabo, nos evadimos de la realidad tangible enredándonos en la virtualidad, donde las guerras no son sino videojuegos o cruce de palabras en los que la sangre, en efecto, no llegará al río. Por lo menos no de inmediato.



A resguardo del verdadero plomo, nos escupimos consignas aprendidas, no digo asimiladas porque para asimilar hay que, previamente, haber hecho digestión, todo un proceso con sus fases. Valerse de consignas no es sino masticar chicle y hacer pompas con él. Cuando termina el saborizante se desecha y se estrena otra dosis de igual grato sabor.



En esa escisión entre polos hay un terreno de nadie donde deambulan los equidistantes que aún no se han desplomado ante el cruce de balas.



La equidistancia, digámoslo ya sin rodeos, está muy mal vista. Y no es que tenga mala prensa, es que carece por entero de predicamento, salvo para ocupar alguna frase de desdén o descalificación, con la que al equidistante se le infiere cobardía, falta de luces o de carácter y determinación. No niego que exista quien, amparándose en ella, adopte una postura maleable y acomodaticia, que le permita escurrir el bulto para obtener la simpatía de todos o no confrontar con nadie. Si el fin es obtener réditos de alguna especie, más que equidistantes se les definiría mejor como veletas o chaqueteros, simuladores o camaleones. 



Hay, sin embargo, una equidistancia decididamente incómoda para quien la adopta, y es la de quienes no conformándose con las respuestas suministradas por los polos enfrentados busca otras, a menudo rompiendo marcos o tratando de escapar de ellos.  No me pregunten por qué, pero hay sujetos inconformistas, escépticos, buscadores de verdades anegados de dudas, cuyas conclusiones, de alcanzar alguna, suelen ser provisionales. Para ellos, tener razón, llevarse el gato al agua o la perra gorda no es fundamental, sí lo es indagar, buscar en el forro de la prenda más que embutirse en ella. Que sean vistos como inadaptados o moscacojoneros depende del grado de adaptación o de fanatismo de su interlocutor. Por lo general, no gozan de gran aceptación ni popularidad porque a pocos agrada que sus convicciones sean cuestionadas, sobre todo cuando éstas no son rechazadas de plano, como sucede cuando, situados en un polo, se es confrontado por el otro, lo que a menudo sirve de refuerzo a las propias posiciones.



El equidistante, así como no asume una doctrina en su conjunto, no suele hacer descarte a la totalidad, por lo que acostumbra a mostrar asentimientos o disentimientos parciales, se demora en matices, deja cabos sueltos e incluso manifiesta abiertamente su desconocimiento sobre una materia. De ese modo, antes o después acabará irritando a aquel que se posiciona sin ambages en un polo, quien sólo busca tener razón, bien sea arropándose en los suyos o confrontándose con el oponente. 



El equidistante es rara avis, sobre todo en las redes, que no son sino un sucedáneo de vida social. En ellas no podemos ser personas con todos los atributos, sino tan sólo con aquello que dejamos entrever en nuestras publicaciones y que, también, el otro percibe de forma fragmentaria. Los posicionamientos ideológicos se ven de esta forma enfatizados, pues ningún emoticono puede sustituir el lenguaje gestual, ni se percibe el tono de una voz, nada que matice unas opiniones que aparecen rotundas como pancartas reivindicativas. A menudo nos va la vida virtual en lo que proclamamos con tanto énfasis. Por eso el encono, la suspicacia y la susceptibilidad es el caldo en el que bullen nuestros "hilos". Dudar o matizar se convierte en una afrenta entre perfiles o avatares, que no entre personas.



Cada uno suele asimilar su página a la sala de estar de su propia casa, entrar en casa ajena para debatir la publicación del anfitrión se dificulta, incluso cuando las observaciones que se realizan partan de una necesidad genuina de comunicación. Muy rara vez nos damos permiso para hacerlo, y si alguna vez lo hacemos es muy probable que no agrade al dueño del lugar. 



Al equidistante le gusta el debate, la matización, mirar desde diferentes ángulos los asuntos, y sabe que para ello necesita del punto de vista ajeno. A menos que logre crear en su página el ambiente propicio, tendrá que autocensurarse de forma habitual o ir perdiendo agregados.  



Pese a que las redes configuran una buena parte de nuestro tiempo de ocio desde hace una década no están demostrando ser un vehículo eficiente para una comunicación genuina entre personas.



No son, tampoco, lugar para equidistancias, sino una especie de patio de recreo donde reina el griterío o el mero exhibicionismo en busca de aprobación acrítica.










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