La libertad no consiste en abrazar la doctrina adecuada sino en desasirse de todas ellas

domingo, 6 de mayo de 2018

VÍCTIMAS Y VICTIMISMO




La condición de víctima es contingente, mudable, azarosa. La victimización sucede en un tiempo y lugar concretos y por causas que exceden la voluntad y la resistencia del sujeto que recibe embate de un agente externo, circunstancialmente más poderoso. Por lo descrito, cualquiera puede ser víctima, basta con que concurran unos hechos, no hay requerimiento previo ni característica alguna que predeterminen dicha condición. 


Con excepción de las víctimas mortales, el sujeto victimizado tenderá a querer restablecerse del daño ocasionado por sí o demandando el auxilio o la ayuda necesaria para lograrlo. En la medida de lo posible deseará recobrar la integridad previa al suceso. En el mismo instante que comienza a realizar el esfuerzo de recuperación cesa su condición de víctima. Al afrontar con determinación dicha tarea se convierte en un sujeto agente, en lucha y no rendido ni, por tanto, vencido. 


El natural componente empático presente en la condición humana, nos otorga la facultad de ponernos en el lugar de una víctima, compadecernos de ella y tratar de prestarle nuestra ayuda. Del mismo modo ésta lo agradecerá y tratará de emplear ese auxilio en beneficio del restablecimiento de su autonomía e integridad, sin desear prolongar indefinidamente la situación de amparo o protección más que el tiempo que requiera su recuperación. 


Naturalmente que esta definición, por escueta y básica, no incluye la multiplicidad de matices que cada caso concreto requeriría, si la elaboramos es por no perder de vista a qué nos queremos referir. 


El victimismo es una distorsión interesada de la victimidad. Se describe de diversas formas pero en dos direcciones. Una la de quien, arrogándose la condición de víctima, pretende hacer de esta condición no una situación contingente sino permanente. Como si la circunstancia de haber sufrido un embate le otorgara al sujeto derechos adicionales al restañamiento de sus lesiones, o una suerte de superioridad moral, mediante los cuales poder ser resarcidos de continuo por terceros. Otra la de quien encuentra en el abatimiento natural de la víctima, mientras es objeto de victimización, una suerte de debilidad aprovechable para su sometimiento, es decir ejerce dominio sobre la víctima dosificando calculadamente el comportamiento con ella, no con el fin de que alcance su autonomía sino de que se haga dependiente de ese auxilio o atención que se dosifica. 


En ambas direcciones la verdad sobre un hecho victimizador es adulterada por una reelaboración continua del mismo que sirve a unos fines. Mediante verdades parciales y flagrantes mentiras se construye un relato en el que las heridas nunca cicatrizan pues mientras sangren constituirán o bien motivo de demanda o bien pretexto para establecer tutelas. 


En nuestras relaciones cotidianas podemos hallar multitud de ejemplos. El familiar que tras padecer una lesión de espalda se sirve de unas inventadas secuelas para no aportar esfuerzo en tareas comunes o lograr que otros le resuelvan las propias. El progenitor que convence al hijo de que la manera de no volver a sufrir un atraco es no salir nunca solo, garantizándose así el control sobre las salidas de éste, organizando a donde debe ir y con quién. 


El victimismo, hablando en plata, es una manipulación que se establece apelando a esa capacidad empática que citábamos en el tercer párrafo. Supone un abuso, un ventajismo o una dominación encubiertos.













Más allá de la esfera íntima solemos encontrarlo en ámbitos laborales o educativos y, cómo no, en el gobierno de lo público. En la actualidad un puñado de ideologías basadas en el victimismo hacen carrera por cosechar adeptos valiéndose de él. Entre nosotros la más exitosa en cuanto al número de seguidores es el feminismo, que ha devenido en ideología hegemónica al ser cooptado como instrumento por las instituciones de poder. 


El discurso feminista en boga construye un relato victimista utilizando medias verdades y flagrantes mentiras, se impone mediante la propaganda. Puesto que algunas mujeres son víctimas en casos concretos –recordemos la definición de víctima que hemos formulado al inicio: condición contingente– se vale de esos casos para construir a partir de ellos una teoría general. Obviamos desarrollar aquí cómo emplea la sofisticada maquinaria de ingeniería social –pródigamente financiada– de la que se vale para inculcar dicha teoría. Persigue unos fines: hacer creer a las mujeres que son víctimas y que por tanto necesitan de tutela y especial protección ¡cuánto nos recuerda esto al progenitor que mencionábamos antes, aquel que, bajo pretexto de proteger, persigue controlar y dominar! 


Desde el feminismo hegemónico se les dice a las mujeres que son agraviadas –luego, víctimas– por algo que no pueden dejar de ser: mujeres, con lo que les auguran una victimización prolongada, por tiempo indefinido. De este modo convierte al sujeto femenino en un sujeto debilitado por la victimización, maleable, a quien se conduce y se pastorea por los caminos hacia una supuesta emancipación que nunca alcanza, pues se le niega la autonomía de quien ha restañado sus heridas y puede por sí desarrollarse en plenitud. 


Aunque también hay contrapartidas a esa aceptación prolongada de la condición de víctima: se obtienen obsequios y ventajas mientras se ahorra en esfuerzo. Esa asunción del soborno no obstante propicia el relevo de la victimidad al victimismo, recuerda a ese familiar para quien la pretérita lesión de espalda es ventajosa. 


Se es víctima por la concurrencia de unos hechos concretos, de unas acciones externas que exceden la voluntad propia, pero es una contingencia y basta iniciar el esfuerzo de sobreponerse para dejar atrás esa condición y ser un sujeto agente, autodeterminado, sin necesidad de tutelas. 


Las mujeres no tienen ninguna predeterminación que las convierta en víctimas por el hecho de ser mujeres, en la sociedad actual pueden lograr lo que se propongan alcanzar. No necesitan urdir victimismos sino ser honestas, en primer lugar consigo mismas, atreverse a escuchar su propia voz interior y no las arengas propagandísticas. Esa voz propia está entretejida de instinto, sensibilidad, voluntad, inteligencia, sentimentalidad, espiritualidad, basta con prestarle oído. Nada más. Ni nada menos. 


No se elige ser víctima, quien elige el victimismo se degrada. 








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