(Sobre el necesario cambio de paradigma)
Algunos, muy pocos aún, somos ya conscientes de que vivimos en un tiempo de agonía, el escenario en el que hoy nos movemos tiene dinamitado los cimientos. En las grietas del asfalto a veces germinan semillas silvestres, otras no son más que la desembocadura de un lodo envenenado. Si uno repasa la Historia verá que viejas civilizaciones sucumbieron y a ellas siguieron tiempos de caos. Del caos, no obstante, nace horror y nace esperanza. La esperanza difiere de la mera ilusión en que surge de un ir sembrando, sin rendirse, sin darlo todo por perdido, pues aunque la cosecha no se alcance hoy, otros que vendrán la recolectarán.
Cambiar el paradigma basado en el usar y tirar es concedernos una posibilidad de trascender no por medio de mitos y utopías de paraísos sobrenaturales, sino atendiendo a la raíz de lo netamente humano. Como hijos de la naturaleza necesitamos que nos acoja en su seno, reconciliarnos con el origen de toda vida. Como hijos de la cultura, obra nuestra que es, necesitamos hacer de ella un espacio donde vuelva a encajar lo primordial que nos define. Una convivencia en la que primen los valores y no los precios, donde prevalezca lo inmaterial por sobre la mercancía.
Frente al Sistema que nos envenena en lo tangible, tanto como en lo intangible: la brutal depredación que guía hoy toda conducta, sólo cabe oponérsele mediante el desinterés, la frugalidad, en definitiva: la indiferencia a los parámetros de triunfo y logro hoy vigentes.
Somos pocos los que nos atrevemos a pensar en éstos términos, no vivimos en una crisis económica y política, sino en una quiebra de civilización, tenemos que plantearnos un reseteo, un cambio de paradigma, una genuina revolución muy distinta de las del pasado. Os invito a pensarla. Yo me atrevo, ¿quién más se atreve?
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