Sucede que un día descubres que lo bello no es siempre verdadero y que lo extraordinariamente bello suele ser falaz. Ese día aprendes que en la travesía del desierto las exultantes tentacione no son, es obvio, sino espejismos con que la mente ensaya un sueño consolador. En ese entonces adviertes que las realidades acaban imponiéndose por más que intentes eludirlas y que aceptarlas no te debilitan, como, erróneamente, habías creído, sino que te fortalecen y te hacen dueña de tí misma. Nace así una sed de veracidades constatables que conviertes en tu motor de vida y que prevalece al anhelo de belleza y perfección en el que vanamente te habías enredado. La fealdad de un rostro ya no te espanta, siempre preferirás su desnudez a la máscara lábil del espejismo. Desde ese día, esa noche, no precisas cuentos para dormir porque tu vida ya te pertenece, el anhelo de verdad te conduce y no temes las escarpadas cimas ni los pozos anegados. No atiendes cantos de sirena ni proyectas oasis en el horizonte. No precisas cuentos para dormir porque prefieres estar despierta, compruebas, sí, que la vigilia no te vence, te refuerza.
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