La libertad no consiste en abrazar la doctrina adecuada sino en desasirse de todas ellas

martes, 25 de diciembre de 2018

AMOR O ENAMORAMIENTO






El enamoramiento es una entelequia, en el fondo siempre lo hemos sabido. Pero vivimos en la superficie y por ello gustamos de los artificios. Existe, naturalmente, la mutua atracción, pasarlo bien juntos, compartir risa o lecho. Entrelazarse, espectactadores, ante la proyección del paisaje. Existe la oxitocina y el subidón de la mente recreada en la fantasía. Existe el asalto reiterado del recuerdo que hace sonreír como memos. Pero sobre todo y más que nada existe el anhelo de ser único y primordial para alguien, para ese alguien en concreto que lo es todo para tí en tu mente y por tanto en tu sentir.





Nada nuevo, todos estamos familiarizados con esa definición de enamoramiento en gran parte moldeada por la literatura y el cine y que todos, con mayor o menor fortuna, hemos experimentado alguna vez. Es más, lo  tenemos por una cuestión casi de supervivencia, o sin el “casi”.





Pero ¿Nos preguntamos alguna vez, cuando nos enamoramos, por qué nos enamoramos, más allá de toda respuesta devenida por la idealización? Quizá, presa de la idealización –ingrediente base sin el cual no existiría el enamoramiento– no acertemos a hacerlo, pues toda respuesta tenderá a racionalizar lo que es pura emoción y para ello elegiremos, de aquel quien nos produce esa amalgama de sensaciones, las cualidades que el sesgo del ideal nos condiciona a elegir.





Dependerá de en qué etapa de la vida nos hallemos las respuestas serán una u otras. Aunque lo que subyace  siempre será el anhelo de borrar ese profundo sentimiento de soledad inherente a la individuación.





Por lo general, nos descubrimos enamorados de ese compañero de estudios o de trabajo, o de alguien con quien tenemos trato siquiera sea circunstancial y que de pronto se dibuja con nitidez sobre el resto. Al menos esto era lo habitual hasta hace bien poco y aunque no ha dejado de estar vigente, la irrupción de las redes sociales en nuestra cotidianeidad está propiciando el advenimiento de enamoramientos exprés que están basados más que nunca en la idealización.





Las redes sociales nos proporcionan información muy parcial acerca de perfiles que los algoritmos nos acercan obedeciendo a nuestras preferencias estéticas o ideológicas. Basándonos en unos pocos datos (alguna foto, los posteos o comentarios) vamos construyendo al que devendrá en objeto de enamoramiento proyectando sobre los espacios en blanco el ideal de un alter ego a la medida del anhelo que necesitamos satisfacer.





Obviando el hecho de que muchos utilizan su perfil para construir a través de él más bien el personaje que desearían ser en lugar de ceñirse a sus preferencias en lo que postean, y centrándonos, pues,  en aquellos que simplemente se expresan de manera más o menos honesta, lo cierto es que en la virtualidad existen demasiados vacíos que propician, en quien interactúa, el impulso de llenarlos con la propia imaginación. Se produce, por lo general, un acto de proyección.





De este modo es frecuente encontrar que muchos se declaren enamorados incluso antes de llegar al conocimiento en la realidad de la persona. Hecho que asombra al desprevenido espectador que halla, inopinadamente, en su sección de noticias, una declaración pública de enamoramiento entre perfiles que permanecen, no obstante,  en la virtualidad. Si bien antes o después acaban por encontrarse, atravesando incluso grandes distancias.





El resultado de esos encuentros es dispar, desde quienes se decepcionan hasta quienes acaban comprometidos en una relación tangible con aspiraciones de solidez, pasando por la aventura agradable y sin consecuencia.









¿Por qué nos enamoramos en la virtualidad? ¿Somos hoy más propensos a enamorarnos virtualmente que en la realidad? En el mundo tangible el número de personas con las que interactuamos es reducido, máxime cuando el estilo de vida contemporáneo impone aislamiento y desconfianza hacia el otro, los otros. En las redes, por el contrario, nos atrevemos, al sentirnos quizá salvaguardados. De este modo lo mismo nos apuntamos al linchamiento sin remilgos que a sentirnos rendidamente enamorados. Nos permitimos excesos que no nos consentiríamos en el tú a tú.





El ideal de amor romántico está siendo vilipendiado desde ciertas ideologías dominantes que, más allá de predicar contra él, llevan a término, en forma de medidas políticas concretas, una fractura en las relaciones íntimas que está resultando devastadora. Como consecuencia de ello caemos en el escepticismo. Sin embargo el deseo erótico y la necesidad de afecto nos acaba empujando en una especie de huida hacia adelante, para la que las redes virtuales parecen ser vehículos propicios.





Las relaciones que establecemos fuera o dentro de la virtualidad son líquidas, más aún en ésta última, en la que parecen adquirir una condición gaseosa. Surgen y se desvanecen, se encadenan y se suceden, prestándose al espejismo, a la proyección y a la falaz sensación de que hay  un número indefinido de candidatos disponibles. Lo que nos deja en la duda de si el siguiente no será quizá más apropiado o más divertido o más conveniente. Esto no hace sino añadir precariedad a unas relaciones ya de por sí precarias, cuando no del todo improvisadas. ¡Cómo “sentar cabeza” si toda posibilidad queda entreabierta! Además “sentar cabeza” da miedo, huimos de compromisos, sobre todo cuando a la espalda llevamos viejas o recientes decepciones o muy negativas experiencias.





Contra el hastío o el escepticismo sólo queda “sentar cabeza” pero de forma literal, es decir, pararse a reflexionar, indagar sin temor en cuáles son, verdaderamente, nuestras necesidades y en cómo podremos mitigarlas. Cuáles de entre ellas son vacíos propios de los que tenemos que hacernos responsables en primera instancia antes de huir hacia adelante estableciendo una nueva relación “clínex” (de usar y tirar),  una más.  





Si nos aferramos a las sensaciones producto de proyecciones o espejismos, de expectativas irrealizables, coleccionaremos decepciones.





Si desentrañamos una genuina necesidad de amor tenemos que establecer la diferencia fundamental: el enamoramiento no es amor, el enamoramiento sobreviene, por el contrario el amor se construye, si es que sabemos cómo hacerlo. Darle una oportunidad al amor supone no quedarse rezagados en las sensanciones primeras pues éstas son, por definición, súbitas y fugaces y como tales caducan.





Para amar es imprescindible conocerse uno mismo y estar dispuesto a conocer al otro, sin autoengaños ni quimeras, sin subterfugios. El amor no es un anuncio de colonia ni es una novela, es una sucesión de actos guiados por la voluntad.





Necesitamos del amor pero a menudo no experimentamos sino sucedáneos, las idealizaciones actúan de narcóticos, pero el efecto se desvanece pronto. Adictos a las sensaciones corremos detrás de otra dosis procurando una nueva experiencia pero sin reflexionar jamás sobre las vividas.





El enamoramiento tiene obsolescencia programada, el amor es de largo recorrido. El primero tiene banda sonora, el segundo ruidos o silencios que gestionar. Nos da miedo el amor porque vivimos en una continua confusión entre lo que creemos que debe ser y lo que en realidad es. Y porque parece existir una división tajante entre quienes están orientados a dar y quienes sólo están dispuestos a recibir. Entre dos que sólo estén dispuestos a recibir es inviable una relación, causa ésta común de fracaso. Entre uno que sólo da y otro que sólo recibe se establecen  relaciones  frecuentemente pero no son de amor sino de abuso que acaba carcomiendo la propia estima de quien se siente abusado.





En el amor es necesario dar y recibir, es viable entre dos dispuestos a dar, pero viene siendo infrecuente hallar personas dispuestas a dar, así que, si  además tienen que coincidir dos, es como acertar una lotería.





Mientras el amor da miedo, incomoda, es difícil, no nos sentimos preparados, etc, solemos echar las redes en la virtualidad donde podemos pescar alguna aventura que nos rescate por un momento del hastío o bien nos fijamos en objetivos imposibles, demasiada distancia (geográfica o de otro tipo) para así poder enamorarnos, es decir vivir emociones, pero también disponer de la coartada ideal para librarnos del compromiso, es decir del esfuerzo de construir una relación amorosa.





Estemos dispuestos a reconocerlo o no necesitamos del amor genuino y no del mero pasatiempo emocional, tensional, negar esa necesidad sólo conduce a padecer enfermedades sean psíquicas o somáticas, o combinadas.





Aunque el amor no esté de moda o incluso esté proscrito por la ideología o la política en vigor es una necesidad humana y como tal desatenderla nos daña, a veces de manera irreversible. No se muere de amor pero sí se muere, con muertes sucesivas, inexorables, de desamor. Claro que no se nombra así: desamor, sino que se define como depresión, trastornos de ansiedad o de compulsión, adicciones, etc.





Estar dispuesto a amar es sobre todo estar dispuesto a dar pero sin obviar detenerse con aquel que nos está ofreciendo aunque las sensaciones con él  no se ajusten del todo al tópico ideal de enamoramiento, porque el amor, el genuino, es un acto volitivo y es también un discernimiento sereno. Si te cuida, si te atiende ¿Por qué empeñarse en correr tras la  quimera tan sólo  porque ésta esté revestida de historia novelesca? Si necesitamos de las sensaciones que producen los enamoramientos súbitos, de las historias si no del todo imposibles altamente improbables, es que algo nos tiene desconectados de nuestro yo más íntimo, algo que debería ser desentrañado.













No hay comentarios:

Publicar un comentario