La libertad no consiste en abrazar la doctrina adecuada sino en desasirse de todas ellas

domingo, 12 de noviembre de 2017

ADA O EL CANDOR



En fecha reciente la señora Colau se ha retratado junto a la activista Naomi Klein, que abarrota auditorios internacionales con  su crítica al capitalismo del desastre. Dicha crítica, parcial, porque obvia decir que el capitalismo en sí supone un desastre,  desea y proclama un capitalismo de rostro humano. Entelequia ésta propia de la izquierda que, en la disyuntiva proporcionada por el mismo  Sistema, opta por el Estado frente al Mercado. No es de extrañar que, agradecido con quienes intentan mejorarlo, el Sistema ceda espacios amplios y altavoces de altos decibelios a tal fin. Así sucedió con los partidos de nuevo cuño que llegaron para romper el manoseado bipartidismo del 78. A sus líderes se les concedió la plataforma de las televisiones generalistas para darse a conocer. Sucedió con Rivera, con Iglesias y con la propia Colau, otrora activista por el derecho a la vivienda y hoy alcaldesa de una gran ciudad desde donde se postula para liderar mayores cuotas de poder.




El magnetismo del poder seduce, en particular a determinadas personalidades. El ejercicio del poder suele corromper, no necesariamente impulsando a saquear los presupuestos institucionales, que también (contamos por cientos los ejemplos de ésto en el panorama patrio) sino porque el dominio sobre otro, sujetar a otro por el deber de obediencia, proporciona un aura de superioridad, latente en quienes aspiran al poder, desarrollado hasta la megalomanía cuando de facto se ordena y se manda. Que ese poder pretenda legitimarse por medio de las urnas no le resta perversidad, le añade, sí, un esfuerzo en las tareas de seducción. Dos son las características que no pueden faltar en un aspirante a líder que pretenda medrar: encanto seductor y maquiavelismo, combinadas garantizan la prosperidad del pretendiente a cualquier «trono».

Colau lo sabe desde mucho antes de tomar el bastón de mando de la alcaldía. El activismo social sirve de trampolín propicio para el ascenso político de determinadas personalidades carismáticas. Sobre todo si no se posee fortuna o apellido por línea familiar, si no se tienen méritos académicos que airear, entonces un sindicato, una ONG, el activismo reclamante de derechos, es el lugar idóneo desde donde escalar en la pirámide social. Seduciendo por aquí, zancadilleando por allá, pactando con el mismo Satán, se han consolidado algunas carreras con carteras ministeriales y cargos de variado rango.




El candor, pues, no es un adjetivo que defina a los aspirantes a puestos de mando. Sí a aquellos que son seducidos: los palmeros y votantes. No sé si entre ellos se cuenta a ese que recientemente ha gritado «traidora» a Colau en un acto público. Un despecho tal no puede provenir sino de alguien que ha creído fervorosamente que ella era la voz de los sin voz, que esta vez sí lo iba a representar una digna representante. El caso es que fue desalojado por la seguridad allí presente y su pancarta resultó tan ninguneada como su dignidad. «¡Dejadle hablar!», gritó la aludida, a sabiendas de que no sucedería y porque mandarle decapitar resultaría excesivo hasta para la reina del cuento de Alicia.


Las apariencias son engañosas, es sabido. Por ello esos narcisistas perversos que contamos por miles en los puestos de poder cultivan cuidadosamente su apariencia. Sobre todo antes de tocar poltrona, que después, como el poder cambia a peor a quien lo ejerce, hasta se olvidan, ensoberbecidos, y traspapelan el rol del que se habían válido.

El empleo del lenguaje manipulador es herramienta común en estos sujetos. En la sintaxis de los políticos abundan ejemplos. Desde lo que Orwell denominó «doble pensar» hasta el marxiano «estos son mis principios si no le gustan tengo otros», se valen de un extenso catálogo donde la verborragia rebuscada intenta enmascarar el vacío de sentido de lo dicho, para que, andando el tiempo, si la coyuntura lo requiere, pueda ser cambiado a conveniencia.

Otra técnica empleada por los manipuladores perversos consiste en dejar las frases inconclusas para que el interlocutor pueda completar a su gusto la línea suspensiva*, así, con la colaboración del oyente, hay mayores posibilidades de acertar con las palabras que éste desea oír. El uso de frases ambivalentes enmascaradas de comprensión a todas las partes concurrentes es otra herramienta.




Lo expuesto justifica la trayectoria en partidos que empezaron de socialdemócratas y tras diversos tanteos encuentran su nicho en la derecha de corte más rancio (Rivera). También permite que esos antisistemas de pacotilla de Podemos se declaren de izquierda y tengan en su seno a un general de la OTAN. O que la propia Colau y los suyos se denominen a sí mismos sin pudor «los comunes», cuando nada tiene de comunal un partido político. La lista podría ser interminable sólo ciñéndose a los nuevos. A los de siempre ya ni los mencionamos, tan agostados nos tienen.

El Sistema sabe renovarse: invierte en marketing, en propaganda y «consenso» a diario. Nos hace creer que es posible a cualquiera, por mérito propio y sin sus imprescindibles  catapultas, llegar al poder, pero lo que demuestra el análisis de la realidad sin apegos ideológicos es que sólo amoldándose a las necesidades del propio Sistema se puede prosperar en él y hacer que él prospere. En ese quid pro quo se debate el feneciente régimen del 78, en el mudar de piel de la serpiente. Encuentra numerosos cooperantes necesarios, tanto entre quienes ansían tocar «trono» por métodos necesariamente manipuladores, como entre los candorosos votantes que, cual apostante de sorteo, depositan en la papeleta las ilusiones siempre contrariadas de que esta vez, sí, todo será diferente.

No existen antisistemas dentro del Sistema ni éste prestará altavoz jamás a quien de verdad lo contraría. Tan sólo admite una «disidencia» modulada por sí mismo, consiste en que la balanza se incline algo más sobre el poder del Estado o dejar más espacio al Mercado, lo que de continuo viene alternando según necesidades estratégicas. Quienes osen negar al Estado y al Mercado y adjuren de ese tándem inseparable, esos, están fuera de toda tribuna, cuando no en la cárcel. Ahora bien, debido al éxito de la descomunal maquinaria propagandística, son muy pocos.

*Para saber sobre el lenguaje manipulador de los perversos narcisistas recomendamos la lectura de “El acoso moral en la vida cotidiana” de Marie France Hirigoyen, libro de libre disposición en la red.



No hay comentarios:

Publicar un comentario