La libertad no consiste en abrazar la doctrina adecuada sino en desasirse de todas ellas

sábado, 2 de septiembre de 2017

ISLAMOFILIA VERSUS ISLAMOFOBIA



Ni islamofilia ni islamofobia, pero no por una cuestión de cómoda equidistancia, sino porque ambas están siendo jaleadas desde la propaganda del Sistema. Los métodos ya los conocemos, consisten en crear dos alternativas supuestamente contrarias y hacernos pelear tomando partido por una de ellas. Lo hacen con un fin. Rompámosle la estrategia.

No puede existir filia entre desconocidos, tratar a alguien con especial deferencia por el mero hecho de que provenga de una cultura diferente a la propia es prodigarle un trato paternalista, por lo tanto es no considerarlo en un plano de igualdad.

No puede existir fobia entre desconocidos a menos que los prejuicios hayan sido alimentados, si así fuera cabe preguntarse ¿cómo, de qué forma? ¿hasta qué punto lo han sido con anuencia propia?

Podemos valernos de datos a fin de afrontar la cuestión con objetividad ¿estamos siendo invadidos? ¿los que llegan son conscientes de ello? ¿quién los alienta a venir? ¿de qué métodos se vale? ¿no es más justo poder vivir en la tierra  donde uno nace y no en una cultura diferente, lejos de semejantes y allegados y sin raíces? ¿Qué buscamos cuando emigramos?

Las fronteras del mundo son artificios, quienes las imponen son los que determinan quién ha de saltarlas, cuando y porqué. Desde tiempo inmemorial pequeños grupos humanos han optado por desplazarse en busca de lugares nuevos donde residir, en ese sentido las migraciones forman parte de la esencia humana. Las migraciones masivas, sin embargo, son un fenómeno moderno, inflado por la globalización, lo que equivale a decir por las guerras de expolio, por las demandas del consumo y por la devaluación de la fuerza de trabajo para la producción.

Tras décadas de políticas contraceptivas, la demografía en Europa alcanza una quiebra depresiva, en los países geográficamente más cercanos es pujante, coincide que estos países pertenecen al Islam.







¿Hasta qué punto los europeos de a pie (quiénes trabajamos, consumimos, pagamos impuestos) somos responsables de las decisiones políticas que nos afectan a nosotros así como a las poblaciones de los  países que son expoliados? Las cúpulas de los estados y los grandes capitalistas son los directos responsables, sin embargo cabe una cuota de responsabilidad en cada uno de nosotros por obedecer, por sucumbir ante el miedo o por degustar las migajas del botín. Por dejarnos aleccionar.

¿Hasta qué punto los migrantes (quienes recorren distancias abismales entre su cultura de origen y la de acogida, se incorporan al mercado laboral, pagan impuestos) son responsables de las decisiones políticas que los han traído aquí? Ya hemos señalado a los directos responsables, a esas responsabilidades no son ajenas ni las cúpulas dirigentes de sus países de origen ni los que amasan fortunas con los recursos que se apropian. Sin embargo cabe una cuota de responsabilidad en cada uno de ellos por obedecer, por sucumbir ante el miedo o por desear degustar también las migajas del botín, por dejarse aleccionar con la idea de que el primer mundo es el paraíso de la confortabilidad.

El peso de la responsabilidad de cada uno de nosotros tanto si pertenecemos a las poblaciones de acogida como si somos migrantes es abrumador en la medida que lo vivimos desde la individualidad. Sentirse solo ante las necesidades que hay que, obligatoriamente, satisfacer, crea un sentimiento de impotencia, la de no hallar otra salida más que la de incorporarse a esa rueda demoledora con tal de no perecer.

Si los mismos responsables de que seamos explotados los autóctonos, son los que promueven las migraciones masivas para perfeccionar el grado de explotación, de los unos y de los otros, ¿por qué entonces no promueven sólo la islamofilia? Porque la islamofobia es tan útil como aquella, la cuestión es crearnos un estado de permanente estrés, que nos peleemos por un puesto de trabajo cuyo sueldo así puede sufrir continuas devaluaciones, hacernos disputar por unos servicios sociales cada vez más precarios, mientras por otro lado se nos inculca, mediante la islamofilia, que somos egoístas por no compartir nuestro pan de los pobres y, contradictoriamente, hacer que nos identifiquemos con los directos responsables dado que vivimos en la parte privilegiada del mundo. Desde la islamofobia también hay una identificación con los directos responsables: la de sentirse con el derecho a privilegios.  Mediante la una y la otra crean entre la población autóctona un núcleo relevante de cooperadores necesarios con la estrategia del poder, a la izquierda se le asigna la islamofilia, a la derecha la islamofobia. ¡Cuánto nos suena esta estrategia tan manida por el uso y el abuso!

El trato con el diferente no puede ser otro, desde el punto de vista ético, que el considerarlo tan humano como se condidera uno mismo, esto requiere desde luego un ejercicio de introspección ¿Hasta qué punto me aprecio y por tanto puedo apreciar? ¿Hasta qué punto me respeto y por tanto me hago respetar? ¿Si he perdido virtudes humanas puedo exigirlas en el otro? Éticamente debemos autoexigirnos virtudes y demanadarlas en el trato con quienes nos relacionamos. Sin paternalismos ni supremacismos. De humano a humano. De igual a igual. De explotado a explotado, al fin.

El «divide y vencerás» es la estrategia de los que ordenan el mundo conforme conviene  a sus particulares intereses, lo han logrado de mil maneras con la población autóctona. En el caso de la inmigración islámica la estrategia viene incorporada por tratarse de una cultura muy disímil. Quien emigra deja una parte de sí en su tierra que permanecerá en el pasado porque aunque un día regresara ya no sería el mismo que partió. No será tampoco nunca un autóctono del país que lo acogió por más que se quiera asimilar a ellos. El desarraigo es profundamente injusto. Sin embargo no sucede sólo por emigrar, podemos permanecer en un mismo lugar de residencia durante toda una vida y no sentirnos pertenecer a una cultura como pueblo, sino identificarnos únicamente con las consignas suministradas desde el poder mediante la propaganda y la publicidad, es lo que viene sucediendo en este primer mundo, en esta desvencijada Europa que agoniza.

Cabe preguntarse si quienes están llegando a Europa desde culturas menos desintegradas alcanzarán por número a desbancar lo que resta de la cultura europea. Si en un intento por no perder sus identidades de origen la acabarán por imponer. Si los medios de propaganda no contribuirán a ello si en algo  beneficia al Sistema.

Para detener esa rueda implacable no cabe más que romper con el individualismo en el que nos hallamos inmersos, cooperar entre iguales con el fin de satisfacer las necesidades básicas de subsistencia, hacer frente a los directos responsables, desobedecer, despojarles de sus privilegios. Si hay una división de opuestos es entre quienes explotan y quienes son explotados.

Debemos, así mismo, repensar las culturas europeas, rescatar lo que de valioso quede de ellas. Para aquello que ha quedado destruido se impone la tarea perentoria de crear un código  de valores, para el que el restablecimiento de una convivencia genuina entre iguales es decisivo. Esos valores no serían novedosos pues nuestra historia da cuenta de ellos, también la filosofía. Necesitaremos de una buena dosis de estoicismo, de las virtudes que nos enseñó la cultura clásica, de trazar estrategias al tiempo que vamos adaptándonos a los requerimientos del presente, como brújula nos guiaremos por una siempre nutrida y alerta conciencia.











    

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