La libertad no consiste en abrazar la doctrina adecuada sino en desasirse de todas ellas

sábado, 3 de mayo de 2014

Sexo sin amistad

En los años sesenta del siglo XX dio inicio la que se ha dado en llamar la revolución sexual. Contestando las pacatas décadas precedentes, donde la licitud de la práctica sexual se circunscribía a las relaciones formalizadas por el matrimonio, una juventud enarbolaba la bandera de la sexualidad sin formalizaciones, esto es, sin matrimonio e incluso sin promesa de tal. Se alentó entonces el sexo sin amor, pretendiendo con ello derribar tabúes y ampliar los términos de la libertad individual. Medio siglo después el sexo sin amor campa a sus anchas en la sociedad narcisista, de consumo exacerbado y redes telemáticas, de los países occidentales.

Podría pensarse que tras décadas de "liberación sexual", donde la práctica del sexo no constituye un vergonzante tabú, la prostitución tendería a disminuir o incluso a desaparecer por obsolescencia. Pero los titulares periodísticos nos muestran que en países como España lo que viene sucediendo no sólo es que no tiende a desaparecer sino que incluso se dispara en flecha.

Así pues, la mercantilización del sexo mueve una industria de abultados beneficios, junto a la pornografía, la prostitución que atiende la demanda masculina y las reuniones tuper sex para mujeres, la proliferación de tiendas especializadas, la industria editorial surtidora de manuales de expertos que  determinan qué prácticas son recomendables y cuales no, etc, el dinero fluye en proporción a la deserotización del sexo.

Pero tal deserotización no alcanza únicamente a las relaciones mediatizadas por el dinero, sino que va más allá. La pregunta pertinente aquí sería ¿cómo se relacionan las mujeres y los hombres de las clases más populosas, esto es, aquellos que no pertenecen a las élites? Este artículo no pretende constituir un exhaustivo trabajo de investigación ni cotejar profusos datos estadísticos, se basa en la observación personal de quien lo escribe y, empleando una metáfora cinematográfica, pretende hacer un "barrido de cámara" somero por los lugares donde una parte de la población busca y en ocasiones encuentra practicar sexo fuera de las relaciones formalizadas.






Los locales nocturnos, bares de música estridente, discotecas de moda, constituyen una suerte de lugares de mercadeo de la carne en expositor. La escasa iluminación sólo presente en focos multicolores que describen incesantes piruetas, el atronador chunda chunda de los altavoces, unido al consumo de alcohol y otros estimulantes, convierten esos locales en escenario proclive a las impostadas vamp de la noche, a los diletantes donjuanes de guardarropía, a aquellos que sin más buscan una diversión instantánea  y, con suerte, algo de sexo.

Porque la práctica sexual, nos dicen los expertos, es algo saludable. Así, junto a la ración de fibra pertinente, el pedaleo intensivo en una bicicleta estática y el bífidus activus de los yogures, practicar  sexo, aunque no sea más que ocasionalmente, es bueno para el organismo. 

Por la pista central, como si de un circo se tratara, circula una no muy diversificada fauna, entre las que destacan recién divorciados cuarentones, ellas y ellos, con el aire extraviado de las mascotas domésticas, ahora sin collar. Para ellas un estudiado look que enmascara las incipientes arrugas, carmín y rimmel water proff, para ellos inundaciones de colonia Hugo Boss, condón en el bolsillo, su mejor pantalón.

Si hay suerte, si de entre el material en almoneda ha habido alguno o alguna que no ha sido apartado como muñecos sin pilas en una estantería de trastienda, la noche acabará en sexo apresurado, gimnástico, sexo por higiene, que ayude a engrosar de alardes el currículum de conquistas.

La soledad patológica del individuo de las sociedades opulentas de occidente da lugar a la creación de nichos de negocio que abarcan cualquier parcela de la vida, el sexo, por tanto, no escapa a la oportunidad de obtención de pingües beneficios. Así han proliferado las herederas de las ya periclitadas agencias matrimoniales, los sitios web donde se facilitan contactos y cruces de perfiles con mayor o menor afinidad, previo pago de cuota o financiación mediante publicidad. De esta forma completos desconocidos logran ponerse en contacto entre sí y establecer una cita a ciegas, que puede acabar en decepción o no según sean las expectativas creadas de antemano. Ocasionalmente  acaban en sexo. 

Las agencias de contactos on line vienen encontrando competencia en las redes sociales, donde grupos de solteros y solteras buscan, desde páginas creadas por ellos mismos, encuentros personales, programan quedadas en grupo o comparten el tedio de oír las mismas canciones, los mismos titulares noticiosos, las citas de autores anónimos con frases pretendidamente profundas que viene siendo un género muy recurrente en la red. Todo ello desde el terminal del móvil, mientras viajan en metro o autobús, aguardan cola en el supermercado o engullen un bocadillo.  

En los contactos on line hay una variedad particular, la del  emboscado, esto es, quienes fingen un perfil haciéndolo pasar por auténtico para poder así  iniciar contacto con alguien a quien les hablarán por chat durante algún tiempo bien con la finalidad de conseguir un encuentro en persona o por pasar el rato. Se sabe que el emboscado es un embaucador si no acude el día de la cita y borra todo su rastro en la red. ¿Finalidad? Fantasear con un otro, crear un personaje a quien les gustaría parecerse pero sus numerosos complejos se lo impiden, hablar de sexo para encontrar el punto de excitación que les haga más apetecible el acto solitario de una paja, casados infelices que no pueden costearse un divorcio...

No bastaba con deserotizar el sexo, esto es despojarlo de su componente amoroso, también había que despojarlo de la camaradería y complicidad de la amistad, así se ha originado un nuevo tabú que impide la práctica sexual entre amigos. Si el sexo es algo que hay que practicar por higiene, por no parecer un reprimido sino alguien resuelto y sin prejuicios,  si se le niega todo ingrediente emocional o afectivo, es como hacer de él un miembro amputado, un cadáver que flota a la deriva. Dicho tabú suele justificarse con el falaz argumento de que si se practica sexo con un amigo la relación ya nunca será igual porque o bien pasarán a ser una pareja o bien la amistad finalizará. Lo cierto es que ese tabú se sustenta en la incapacidad manifiesta para gestionar las emociones de los sujetos solitarios, narcisistas y solipsistas de la sociedad contemporánea que han perdido la capacidad para la sociabilidad, la empatía, el trato afectuoso, las maneras respetuosas para con sus semejantes.

Nuestro mundo es un mundo de objetos: aquellos que poseemos o aquellos que queremos poseer. Nuestra vida un consumo luego existo. La relación que guardamos con los objetos la hacemos extensiva al trato con las personas. Si los aparatos que adquirimos tienen fecha programada de obsolescencia, del trato con las personas podemos decir que tienen la caducidad de un medicamento que proporciona alivio sintomático sin alcanzar la sanación. Consumimos objetos, consumimos espectáculo, consumimos diversión, consumimos personas y nos vamos consumiendo nosotros mismos como el rescoldo de una llama a punto de extinción.

El hedonismo imperante nos embauca haciéndonos creer que la obtención de placer es el fin último del sexo, pero no reside ahí su verdad, lo cierto es que el placer es sólo un componente del eros. Haciendo un símil culinario: un plato no es un sólo ingrediente, lo componen varios ingredientes y una elaboración esmerada que los combina y dosifica en sus justas proporciones. Esa combinación nunca va exenta de emocionalidad, afectividad, sensibilidad afín y el etcétera con el que quiera aderezarse. Si la obtención de placer fuera el fin último del sexo no iríamos hacia un otro pues estamos dotados para procurarnos placer de forma autónoma.

Vivimos malos tiempos para la erótica o arte del eros, hemos desintegrado el sexo olvidando que es el nexo que nos hace trascender en el otro.
  
En algún remoto lugar de la memoria hay un hombre que, velado por las nieblas del tiempo, susurra a oídos de una mujer "desearía que en lugar de adentrarme parte en tí, pudiera entrarme en tí entero y que me volvieras a parir".
















 






     


 

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