La libertad no consiste en abrazar la doctrina adecuada sino en desasirse de todas ellas

viernes, 24 de mayo de 2019

SEPELIO DE RUBALCABA



Cuando muere un político lo mejor que pueden decir de él los medios es que era un hombre de Estado. Porque al parecer ser un hombre de Estado es algo fetén, o muy fetén, o incluso de lo más fetén, casi tanto como ser un banquero o un Bill Gates, pero sin ese aire de sospecha que envuelve a los amasadores de fortunas. La frase reverbera en todos los altavoces: “un hombre de Estado” “de Estado” “ado, ado, ado”,  y ese replicar insidioso del elogio incita a persignarse hasta a los ateos más recalcitrantes. Unos cientos de ciudadanos ociosos se prestan con gusto a ser figurantes de la Historia, personándose en el lugar del adiós definitivo, por si los enfoca Antena 3 y los inmortaliza la futura Wikipedia. Porque Pepi, qué más da, si al cortinglés podemos ir el lunes a lo más tardar, hoy donde hay que ir es al Congreso, jamía, que no todos los días muere un hombre de Estado, como tampoco la palma a diario una Duquesa  o se casa una infanta de España. Que a Leonor no se yo si llegaremos pero a este llegamos, ¡cómo que no! Ya ves, Paco, que hasta a los hombres de Estado les llega su hora. Sí, el hombre de Estado muere pero el Estado sigue, Mariló. ¡Si nos va a enterrar a todos, como mi suegra! ¿Y el himno? ¿Y las flores? ¿Y lo llevarán a hombros, supongo? ¡No empujen, oigan! ¡Pues si quieren comodidad haberse quedado en casa con la tele! ¡Uy, cuánta cámara! ¡Un hombre de Estado, ay dolor! ¡Por si te enfocan, ya sabes!






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