La libertad no consiste en abrazar la doctrina adecuada sino en desasirse de todas ellas

martes, 17 de abril de 2018

REVERTIR EL ABUSO DEL LENGUAJE SIMPLIFICADOR

El lenguaje publicitario nos ha acostumbrado al eslogan donde, en  una frase con gancho o un mero sintagma,  se concentran mensajes tan adherentes como fácilmente transportables. Así como un pañuelo de papel sirve para cualquier contingencia higiénica, del mismo modo desenfundamos las frases hechas en cualquier ocasión de intercambio verbal. Constituyen un atajo fácil para despachar asuntos sin aplicar el menor esfuerzo reflexivo.

La propaganda está bien surtida de ese arsenal fraseológico contra el pensamiento que a fuerza de reiteración instala obviedades incuestionables.  Veamos algunos de esos recursos que están en boga.

«Masculinidad tóxica»,  el origen exacto de este sintagma es difícil determinarlo aunque es fácil  deducir que procede de la prosa ideológica feminista,  cuyo análisis llevaría una biblioteca.  Da por descontado que la masculinidad tiene en sí misma un cariz enfermizo, lesivo, turbio,  que todos parecen aceptar incluso aquellos de sexo masculino que se defienden de él prestándole de ese modo credibilidad.  

Vamos con otro, este alcanza la longitud de una oración subordinada: «Si dices que no eres ni de izquierdas ni de derechas entonces es que eres de derechas». Alguien lo dijo ésto,  no se sabe ya cuándo ni a cuento de qué,  pero ha llegado a arraigar en el acervo de los tópicos generalmente aceptados.  

«La violencia no tiene género»,  este es de nuevo cuño y ha surgido a fin de contrarrestar la perenne acusación de violencia atribuida al género masculino. Estará quizá justificado mientras perdure esa atribución implantada machaconamente por la propaganda,  pero la confortabilidad de su uso no puede sustituir un razonamiento que sustente por qué,  en efecto,  es una falacia que el análisis desapasionado de la realidad refuta.



Relegamos a otro espacio y momento citar algunas consignas de pancarta que también han enraizado en el lenguaje coloquial.  

El objeto de este texto,  por breve,  no es entrar en un análisis exhaustivo ni pormenorizado de los lugares comunes del habla sino advertir que tras ellos se esconde,  por lo general, asunción o aquiescencia del lenguaje simplificador de la propaganda,  sobados tópicos o frases comodín,  y que podemos darle un uso renovado a los mismos tomándolos como balizas señalizadoras de que se impone una reconsideración de ellos a la luz de una reflexión serena y contrastada por los hechos y la experiencia.

Dicho de otro modo:  que cada vez que hallemos un tópico asumido,  una frase muy cacareada, un lema muy repetido, nos suene una alarma que nos alerte de que ahí precisamente está ausente el pensamiento propio y por tanto encarnado el de los dueños de la propaganda, del estado de  opinión,  del discurso hegemónico. Pensar por uno mismo es subversivo pero a condición de que,  en efecto, hagamos ese esfuerzo.  Seguir consignas no es revolucionario, cuando las masas son pastoreadas desde los altavoces y las pantallas,  es al individuo a quien corresponde alzar su voz única y clara sobre el monocorde pensamiento dominante. 

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