La libertad no consiste en abrazar la doctrina adecuada sino en desasirse de todas ellas

jueves, 2 de enero de 2014

Revisionando Solas, de Benito Zambrano



Llegué tarde, sobre las diez, y como tantas veces hago, pulsé por inercia el interruptor del televisor  para espantar con un gesto las horas deshabitadas de la casa. En la pantalla imágenes reconocibles:  la película Solas desarrollaba su trama de vidas minúsculas enfrentadas a la dura realidad cotidiana. Ya llevaba unos minutos de metraje y me propuse no verla por enésima vez, pero me fue atrapando como en tantas ocasiones anteriores. 

La película se desarrolla en una ciudad reconocida por mí, la mía, aunque bien podría situarse en cualquier gran ciudad. En 1998 tuve ocasión de leer el guión al completo y la lectura me emocionó hasta la lágrima. Asistí  a algunas jornadas del rodaje y al estreno que se hizo después para el equipo participante. El montaje se dejó en el tintero algunos fragmentos de guión, pero el resultado no cercenaba ni un ápice la verdad que transpira la obra, de modesto presupuesto pero sincero arte. Pues arte es aquello que nos conmueve en lo más hondo. Y esta película logra hacerlo. Porque nos habla sin alzar la voz de cuanto en la vida humana es crucial.   Que el habitante de la gran ciudad vive de espalda a quienes le rodean, ajeno a la vida de los otros, anegándose con ello en la propia vida en soledad. 




María es una trabajadora precaria que ha de buscarse el jornal diario limpiando. Apenas si se relaciona con el dueño del bar del barrio a quien trata como clienta. Recibe en su casa, por unos días, la visita de su madre que ha llegado del pueblo con el padre, ingresado de gravedad en un hospital. 

Apenas llega la madre descubre la sordidez que rodea la vida de la hija, alojada en una casa cuyas ventanas están cegadas por un muro de ladrillos. Pero el aire nuevo entrará en aquella casa cuando, día tras día, con pequeños gestos: unas macetas que aportan colorido, un jersey tejido con primor, un sopicaldo que entona el estómago; la madre va proporcionándole lo que está acostumbrada a dar a cuantos la rodean, cuidados y atención. La joven mantiene una relación esporádica con un hombre de quien ha quedado embarazada, con 35 años piensa que es una oportunidad de ser madre que tal vez no se repita en su vida. Pero el hombre no quiere ser el padre de su hijo, lo más que consiente es en aportar dinero para que aborte, ni siquiera se ofrece a acompañarla, le repite que nunca le prometió nada, más que sexo sin compromisos. Esta situación es una vuelta de tuerca más en una existencia ya de por sí amarga.

Sin valor para afrontar sus problemas, empapa su miedo y soledad en alcohol o apuesta a la suerte con un cupón que nunca le favorece. 

María no es la única que vive sola en la ciudad, muy cerca de ella un jubilado tiene por toda compañía un perro, son vecinos y ni se conocen. Es la madre la que entabla relación de vecindad con él y le asiste cuando se ve necesitado de ayuda. Algo que agrada y azora al hombre de edad, quien repite que no quiere dar molestias. “Pero qué molestias -contesta ella- los vecinos estamos para ayudarnos”.  Rosa, mujer rural que ni siquiera sabe leer, es dueña del gran secreto, de la verdad que hemos olvidado, que los vecinos estamos para ayudarnos.  

Nos enseña también que el médico de la seguridad social no es sólo un profesional de bata blanca sino el padre reciente de una niña a quien le va a venir muy bien que le teja un jersey rosa. La profunda humanidad de esta mujer va cambiando la vida de cuantos  tratan con ella y al marcharse, una vez dado de alta el marido de la enfermedad, dejará detrás una huella indeleble. Por lo pronto la hija y el vecino ya se han dado a conocer gracias a su intermediación y a partir de ahí se tratarán y ayudarán como vecinos que son. Se escucharán mutuamente y, con el tiempo, irá naciendo un genuino afecto entre los dos. 

El final, lejos de ser un final “feliz” tipo Hollywood, es un final realista y esperanzador al mismo tiempo. María será capaz de afrontar con valentía su vida, ya no se siente sola, tiene un padre adoptivo en su vecino, y un abuelo para su hija, la que se ha decidido a parir sin pareja. Rosa ya los ha dejado a los dos, porque culminó serenamente sus días en una tarde que contemplaba plácidamente en el campo una puesta de sol. Pero nunca los dejará del todo porque sembró en ellos esas verdades tan arcaicas que necesitamos hoy que nos recuerden a todos, allá a donde vayas prodiga respeto, cariño y cuidado desinteresados, ese es el secreto de la vida humana que Rosa conocía sin necesidad de haberlo leído nunca en un libro. 
"Los vecinos estamos para ayudarnos"



1 comentario:

  1. Asi es, la mayoria de los españoles (de 60 años para arriba) que han levantado este País son analfabetos funcionales. Pero destilaban una cultura y sabiduria rural ancestral que pronto se perdera enterrada por los "milagros" de la educación obligatoria capitalista y estatal.

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